-Idílica decadencia-
-Mi retrato de Keira Knightley, más aquí -
Hubo una época en que las sombras
de grandes palacios gobernaban la tierra de los hombres. Daban cobijo a todo
tipo de historias y vivencias de las gentes que los recorrían. Se mostraban
brillantes aún sin emitir luz alguna, aunque ello supusiera pagar un alto
precio a sus habitantes; el precio de cumplir unas estrictas reglas de
etiqueta. Las reglas de una sociedad que nunca había dejado de ser primitiva,
torturaban con la soledad y el desprecio a quien se desviara un ápice del
patrón establecido.
Vistos desde fuera, los palacios
son una espada de doble filo: albergan luz pero, a su vez, cobijan a muchas
personas en la oscuridad de sus sombras. Los que viven en la luz son como los
tiburones: tienen deseos de acumular mucho más de lo que necesitan. Dejan así a
los que habitan en la penumbra sumidos en la pobreza, descalzos sobre la tierra
yerma y las nieves de Rusia. Es bajo este precepto de doble moral como comienza
'Ana Karenina'.
Nada más empezar, nos topamos de
lleno con el elemento más confuso y, a la vez, brillante de esta séptima interpretación
cinematográfica de la novela de León Tolstói -publicada en 1877 por vez
primera-. La ambientación, de teatro. Cada escenario está representado, al
igual que los créditos de entrada, como grandes plataformas móviles de un
teatro. Llega a dar la sensación, para los que somos ajenos al libro, de que
los personajes viven dentro de una obra de teatro o, al menos, en el interior
de uno.
-La 'teatralidad' de Anna Karenina-
Pero, tras hablar con gente que sí leyera el libro, acabé por
entenderlo; detalle que no habla muy bien de esta versión de la obra de
Tolstói. Está muy bien que hagan una interpretación muy artística del libro,
pero sigue siendo una película y veo bastante injusto que se niegue comprender
la trama a aquellos que no hayan tenido la oportunidad de leer el manuscrito.
Renegándolos así a basarse en suposiciones y conjeturas para entender la
complejidad de 'Ana Karenina'
Nos hallamos sumidos en pleno año
imperial 1874 y Ana Karenina es una mujer de alto estatus social, casada con
Alekséi Karenin. La pareja está interpretada por Keira Knightley ('Orgullo y prejuicio', 'Un método peligroso', 'Piratas del caribe', 'La duquesa', 'Star Wars' y 'Love actually'
entre otras muchas) y Jude Law ('Sherlock
Holmes', 'Enemigo a las puertas', 'A.I. Inteligencia artificial', 'Camino a la
perdición', 'La huella: sleuth', 'El imaginario del doctor Parnassus' y 'Repo Men'). El matrimonio parece
sumido en un mero acuerdo legal. Entre ellos no se atisba amor durante las
escasas escenas que comparten en la cinta.
Puede que sí respeto y aprecio, pero
nunca amor desde un punto de vista pasional. Hasta que, entre viajes en tren
varios y bailes en lujosos salones -con cientos de mirones preparados para
criticar-, representado en el filme mediante el aciago aleteo de los abanicos
de las damas en las fiestas, comienza a aparecer, de menos a más, el rostro de
un hombre joven: el militar Vronsky (interpretado por el joven Aaron
Taylor-Johnson, cuyo papel de mayor importancia hasta ahora ha sido la sonada y
ácida cinta de casi-superhéroes 'Kick Ass')
-De 'Kick-Ass' a rubiales seductor-
Irremediablemente, caen ambos
personajes en un idílico pero a la vez condenado romance, que nadie en la
sociedad aprobará. La fama y el honor de Ana se convertirán en sus peores
enemigos. Este elemento, en concreto, se representa muy bien mediante el
vestuario. Tras ganarse fama de infiel, comenzamos a ver a Ana Karenina con
vestidos de colores oscuros en contraste con los del resto de personajes, que
se muestran en tonos claros debido a su pretendida pureza.
-La pureza del blanco y la importancia de los colores en el vestuario; un sinfín de simbolismos-
Este elemento solo
cambia en los momentos de romance junto a Vronsky. En estas escenas los dos
visten de un blanco impoluto, todo parece suave y de seda, la luz brilla a
medio gas y todo es perfecto, hasta que vuelven a la realidad.
-Nuevamente la importancia del color del vestuario-
Cabe destacar la frecuencia con
la que aparece Keira Kinghtley en películas de época. Pareciera como si nunca
hubiera salido de una cuando, en realidad, su físico delgaducho es más bien
contrario a las directrices de las épocas clásicas en las que ella con tanta
frecuencia aparece. Siempre, además, inmiscuida en amoríos de todo tipo y calado,
tendiendo sus personajes a los finales fatídicos.
La revolución en Rusia estaba por
llegar en los años venideros y la película ya deja entrever elementos que
denotan el contraste entre riqueza y pobreza, mediante los propios escenarios
de teatro. En apariencia perfectos, aunque, si nos fijamos en detalle, veremos
paredes que comienzan a perder la pintura o suciedad que no debería estar ahí.
Entendemos así el principio del fin de la era en que unos tuvieron demasiado a
expensas de los demás.
-Blanco impoluto-
Para acabar, he de desentramar el
sentido de los escenarios de teatro y los trenes. Los que no hayan visto la
película o pretendan verla, dejen de leer el siguiente párrafo.
En esta cinta los trenes y los
escenarios de teatro van de la mano. Todos los viajes se realizan mediante
trenes, que son la metáfora que conduce la trama hacia su final: el desenlace
de la propia Ana Karenina, que da con sus huesos bajo las ruedas de un tren.
Confiesa, pues, que toda su vida había sido una eterna actuación ante los ojos
de los demás, refiriéndose así a la falsedad de una existencia basada en la mera
apariencia y opinión ajena.
No debe hacer uno lo que quiere,
sino lo que los demás quieren. 'Anna
Karenina' resulta una película confusa si no se ha leído el libro o, al
menos, consultado detenidamente con alguien que lo haya leído. Su visionado
resulta bello, pero también injusto y confuso. Seguramente caigamos en el error
de crearnos falsas ideas acerca de por dónde va la trama. A esto sumamos que
ciertos personajes secundarios no son tan efectivos como se diseñaron y acaban
por no llevarnos a ninguna parte.
-Una de las claves de la cinta; el vestuario-
(Crítica publicada originalmente en 2012)
Nota: 8,1
Jorge Tomillo Soto-Jove
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