—Campeones de mirar hacia otra parte—
Enero
es el gran mes del cine internacional. Desde navidad se llevan estrenando las
películas que las productoras se guardan para cerrar la temporada y, aunque
varias ya llevan en EEUU desde noviembre, en nuestro país es en estas fechas
donde se juntan. ‘La gran apuesta’ es
otra manzana dorada dentro de ese saco de fruta que uno no se puede perder.
Se
trata —probablemente— del mayor capricho cinéfilo de los últimos años. La
película del director Adam McKay es, nunca mejor dicho, su mayor apuesta. Con
esta obra, McKay se suma por fin al cine de primera división, tan escaso en su
filmografía. Con películas como ‘Hermanos
por pelotas’ y su participación en ‘Ant-Man’
(a cargo del screenplay), ‘La gran
apuesta’ consolida finalmente al doblemente nominado a los Óscar. Pero este
innegable ascenso no es lo que convierte a dicha película en un must watch en
toda regla.
Es su reparto lo que hace de ella el sueño húmedo de muchos. En un
mundo donde se convierte en icono a las grandes promesas del cine, ver juntos a
actores —algunos ya consolidados— tan populares hace que películas como esta
remarquen lo que se trata de vender. Tendremos por primera vez juntos a Christian
Bale, Ryan Gosling, Steve Carell y Brad Pitt. Pese a los tintes y pelucas que
innecesariamente se ha añadido a los actores, verlos juntos es como el día de
navidad para un niño.
‘La gran apuesta’ es, tristemente —en
todo el sentido de la palabra—, una película basada en hechos reales. Enmarca
su historia en el más penoso capítulo de la historia actual. Narra cómo un
grupo de personas con buen ojo intentaron sacar —en un principio— provecho del
derrumbe económico más vergonzoso de lo que va de siglo.
La historia se
transmite desde la perspectiva estadounidense por razones evidentes: EEUU es el
líder mundial —hasta que China dé un puñetazo de verdad en la mesa— tanto a
nivel económico como de tendencias. Uno de sus defectos es creer con firmeza
que, por ser quienes lideran la fila, son los únicos dentro de ella. Por lo que
es frecuente observar que, cuando en Estados Unidos se habla de “el mundo”,
seguramente se está hablando únicamente sobre Estados Unidos.
Aquí ocurre lo mismo, sólo que se aprovecha para
transmitir un hecho que tuvo —y tiene— repercusión en todo el planeta, contándolo
como si el resto del mundo no tuviera nada más que decir. Lamentablemente, ese
no es un dato que sorprenda ya a nadie, de modo que en el cine será algo
meramente anecdótico que pasaremos por alto.
La
historia, se centra en los años previos al gran derrumbe económico sucedido en
2007 entre los muros de Wall Street. La economía mundial es firme y los bancos
son los nuevos dueños de todo. En estos primeros albores, se nos introduce a la
historia con tintes propios de Scorsese, mezclados con un estilo narrativo y
visual más propios de series como ‘The
Office’.
Persigue así transmitir, con su visualidad documental, una
sensación de veracidad mayor que la que el cine panorámico estándar logra
imbuir. Si no supiéramos la declinación de esta historia, podríamos creer estar
dentro de otra secuela de la saga Ocean’s. El objetivo de este planteamiento,
además de declarar la avaricia y corrupción del ámbito bancario, es encajar al
espectador con mayor comodidad dentro de una trama vergonzosa que nos ha
salpicado a todos.
Ryan
Gosling tizón, pondrá al espectador sobre la pista del derrumbe financiero que
arruinaría al llamado primer mundo. Su ruptura de la cuarta pared —que usan
varios personajes más— nos sumerge de una forma amable en un panorama
desagradable, de otra manera indigerible.
Lo que personajes como el de
Christian Bale —tan perturbador como acostumbra— logran es ver venir el
derrumbamiento financiero, la raíz de la corrupción bancaria, y aprovecharse.
En el núcleo del sistema hipotecario encuentran un talón de Aquiles que debiera
ser imposible de tocar, pero las probabilidades irrisorias se convertirían años
más tarde en una debacle injustificable.
De esta manera, viendo venir la caída
del mercado, si un grupo de personas comprase bonos por valor de millones de
dólares, unos años más tarde esa jugada se volvería en su favor desproporcionadamente.
Esa es la idea resumida que plantea el filme: cómo con una gran apuesta arriesgada,
un grupo de visionarios buscan hacer fortuna.
‘La gran apuesta’ no trata de discutir la
moralidad de los actos en beneficio propio de estas personas. Simplemente trata
de relatar lo que hicieron en ese gran y triste momento de la actualidad.
El
contrapunto existe: varios de ellos, confirmando sus previsiones, se ven
asimilando las repercusiones de su profecía y de lo que ese dinero ganado
traerá para los que confiaron en los bancos, consumiendo sin preocupación
grandes estafas abusivas y carentes de piedad.
El
problema del filme, más allá de comprender la terminología de lo ocurrido —y
algunos bajones narrativos y de ritmo—, es que cae en lo que denuncia; la
apatía de la sociedad hizo que todo esto fuera posible, que hubiera un pez
grande que pudiera disfrutar de torturar al pez pequeño con el consentimiento
de éste. Y ahora que está expuesto todo el entramado, tenemos ante nosotros la
película que llaman “la gran ignorada del año”—nominaciones incluidas,
paradójicamente—.
La gente, por defecto, va a ver enorme el daño que se le hizo
y, seguramente, va a decidir ignorarlo y olvidarlo en unas pocas semanas, si no
antes. Ese es el verdadero y poderoso significado de ‘La gran apuesta’, donde nos toparemos con un tremendo y
espectacular Steve Carell que, partiendo como la estrella “menor” del reparto,
hará suya la película.
Jorge Tomillo Soto-Jove
Nota: 7,2
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