Steve Jobs | POPCOKEN


—Sin Jobs, con Fassbender—




Nuevamente tenemos en cartelera otra de esas innecesarias adaptaciones para el gran público. Esos que conocen a Steve Jobs, como la prensa, y demás medios impresionables, han coronado como genio modernos. Desde luego, Jobs —dentro de su innegable trascendencia— es una figura polémica.



 En esa figura de genio que a tantos les gusta condecorar, se encuentra un hombre con unas creencias muy fuertes y con una concepción de sí mismo y del mundo que le rodea muy propias, por utilizar un término suave. Parándonos a pesar, de Jobs como persona, pocos podrían dar una valoración justa, si concebimos justo el tener conocimiento de causa. De lo que los demás estamos hablando, inmediatamente, es de Steve Jobs como icono, figura mediática y empresario, diferencias a especificar, que se han visto diluida ya antes de su fallecimiento.




Para esta ocasión dejamos atrás la condescendencia absoluta de ‘Jobs —que aportaba un parecido físico sobre el que sí construir una historia—, con Aaron Sorkin al guión y Danny Boyle en la dirección, se han encargado de sacarle punta a una historia manoseada y poco resultona, que ha acabado por convertirse en una de las llamadas “películas malditas”. El proyecto que abandonara David Fincher y que no quisieron protagonizar Leonardo DiCaprio o Christian Bale, ha visto finalmente la luz durante unos instantes, antes de que su fracaso en taquilla tapase el sol —con o sin la bendición de los críticos—.




Steve Jobs’ se acoge a una perspectiva del icono que resulta muy innovadora e interesante tanto a nivel narrativo como visual. La película nos sitúa como cómplices de Jobs en los momentos previos a las presentaciones que hicieron realmente de él, lo que es hoy. Nos veremos sumergidos por un entramado de diálogos muy bien hilados, que pueden llegar a desconcertar a quienes no estén familiarizados con el mundo de la informática, pero los demás puntos sociales y familiares de la poderosa narrativa del filma rescatarán a esos espectadores que se pierdan por el camino.



 El punto fuerte de ‘Steve Jobs’ es el mismo que el de su protagonista; el magnetismo de una personalidad demoledora. Ese carisma arrollador y fuego interno de Jobs, que le transportaba de hombre del año a déspota sin fronteras, es lo que mantiene su núcleo vivo, al igual que lo hiciera con la propia Apple.



Otro de los triunfos absolutos del filme, es que no le da miedo pasar por encima de las carencias absolutas de Jobs; tanto los robos que presentó como propias creaciones, como sus taras como persona. De hecho, las maniobras empresariales y su forma de apropiarse cosas no creadas por él, son factores que se ven reflejados pero que tampoco tienen el peso que a uno le hubiera gustado, sin embargo, su relación padre hija sí está presente.



 El tema de Lisa —tanto del ordenador como de su hija— no se había visto demasiado tratado hasta ahora y el haberlo incorporado de pleno a la trama le da un gran valor a la película, entendiéndose que se sobreponga a los desfalcos informáticos o los duelos Gates vs Jobs, que a fin de cuentas, no vendrían al caso.



La gran tara del filme es una de sus mayores virtudes: Michael Fassbender. Fassbender, quién se sumó al filme porque el personaje le suponía un reto personal, despide ese magnetismo, carisma y frialdad que Jobs irradiaba a partes iguales, pero no se parece en nada al icono. Michael Fassbender es un hombre con una planta y aspecto físico que el propio Jobs estaba muy lejos de tener. 



La raíz de este primer tropiezo depende del espectador. Si el que va al cine decide creer que está viendo a Steve Jobs, le espera una obra tremenda por delante; agria y con varios momentos duros, pero una reseña muy respetable y bastante crítica sobre el hombre tras el icono. En cambio, si al empezar, vemos a Michael Fassbender y al Kate Winslet llamarlo “Steve” nos rechina, mal. 



Si estamos en este segundo bando, tenemos por delante una película que habla sobre alguien que no está presente en la sala. Ver esta versión del filme es lo más parecido a aprender a patinar sobre hielo, todo son patinazos al principio y para cuando te acostumbras a la dinámica, movimiento y encuentras tu sitio en la pista, ya se ha acabado tu turno.



Steve Jobs’ tiene un guión grandioso, un ritmo muy acertado y un Fassbender con una intención y puesta en escena asombrosas. Por momentos llegas a creerte el personaje, aún con todo en su contra, pero esa burbuja se rompe y el sueño termina. En estas ocasiones tenemos —casi— asegurado un salvavidas inesperado, llamado Kate Winslet.



 La actriz nivela lo que Fassbender desborda y lo reconduce hacia un ritmo mejor. Con su gran labor interpretativa —que los forofos del fútbol llamarían “jugar sin balón”— Fassbender puede permitirse el lujo de derrochar y acercar su personaje a la mitificada figura de Steve Jobs.



A fin de cuentas, tenemos ante nosotros una obra dividida en tres actos concretos, muy bien planteados, para crear una sensación de evolución —y puede que de redención—, aunque para gustos como el de uno aquí presente, que la próxima película sobre Jobs dejase fuera su dramático fallecimiento sería un error absoluto. No resulta tan patente su falta; la idea es situarnos en el banquillo a observar cómo se prepara Jobs, pudiendo así verlo caer, caer y finalmente ascender.




Tenemos ante nosotros una de esas películas extrañas, que dependen más que nunca de lo que el espectador espere encontrar en ellas. Unos verán a un genio en la cima de su poder y otros a un déspota afincado en una fama injustificada, pero lo que hay aquí, es una película digna de verse y disfrutarse por ser crítica y medianamente objetiva, así como por un planteamiento que renueva una historia que, a priori, ya no le interesaba a nadie.


Jorge Tomillo Soto-Jove

Nota: 6,2

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