La bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra | POPCOKEN


—La iglesia de Phillip el negro—



El cine de terror siempre resulta un placer culpable. Con una reputación de cine cutre y, para qué engañarnos, malo en casi todas sus facetas, es raro encontrarse cosas que brillen dentro de toda esta morralla y mala ejecución casi constante. Hay unas cuantas excepciones —la mayor parte de antes de los 2000—,



 puede que en lo que llevamos de siglo ‘It follows’ sea la cima de la colina y el resto una cuesta abajo predecible. Con un cine gastado por producir siempre la misma película —como puede ser el caso de ‘El bosque de los suicidios’—, lo último que uno esperaba al acudir a ver ‘La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’ es encontrarse a un público extrañado de no recibir la misma dosis de lo de siempre.



La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’ nos sitúa nada más empezar dentro de una colonia británica que ha cruzado todo el océano con la esperanza de algo nuevo y mejor. En el seno de esta comunidad se encuentra la familia protagonista del filme, que pronto se verá expulsada por las fuertes creencias de su patriarca.



 Henchido en la rectitud —conveniente— de su orgullo, el padre de familia arrastra a toda la familia con él hacia una tierra aún por descubrir, apostando su suerte a lo que pueda suceder en base a sus creencias. Y es que si algo es ‘La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’ más que una película de terror al uso, es una exposición del fanatismo religioso.



La familia pronto se acomoda en unas agradables casitas y una pequeña granja, todo cerca de un oscuro bosque y de un cristalino arrollo, de estampa. Viven su vida realizando las tareas naturales de un sitio y una época como la que se nos expone. El problema en toda esta escena digna de la casa de la pradera es que, dentro del oscuro bosque, vive una bruja. Esto es algo que el filme deja muy claro bien pronto, cuando el menor de los miembros de la familia —aún lactante— es raptado, asesinado y comido.



 Lo digo con tan pocos reparos porque el filme lo establece como uno de sus pretextos básicos y no lo plantea de una manera particularmente desagradable. Se limitan a decir: “aquí hay una bruja, nunca te olvides.” Así, el espectador comprenderá los límites y bases del fanatismo religioso, sabiendo qué hay más allá de las oraciones y la paranoia.



La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’ tiene poco de convencional. No es el típico ejercicio carente de esencia y personalidad, relleno de jump-scares a los que estamos acostumbrados. Tampoco es que sea una ejecución de autor, aunque en ningún momento pretende serlo. El director y escritor, Robert Eggers, se toma todo el tiempo del mundo para establecer las bases sobre las que alzar su filme, y, aunque luego el alzamiento no sea muy estable, la base sí.



 Todo el planteamiento resulta chocantemente coherente, por eso, por mucho que a más de uno le rechine, ‘La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’ es una película muy destacable y por encima del nivel del género. Sorprendentemente, debería resultar muy fácil alzar el vuelo por encima de toda la ponzoña, pero el género, la industria y casi todo el sector del público está contento con la situación.



 Si no lo estuvieran, no sería rentable y la industria tampoco. Pero de ahí surgen más méritos para ‘La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’, que se permite navegar por las aguas del debate interno con varios recursos cinematográficos a los que el cine de miedo está muy poco acostumbrado. El uso mucho más que estético de la fotografía y el trabajo de planos del filme, denotan un estudio y un planteamiento de la historia elaborado y no contento con los convencionalismos cutroides del género. 



El tema, que tampoco es nada trascendental —si lo analizamos internacionalmente e interhistóricamente—, sólo establece un par de puntos de inflexión fuera del circuito comercial, bastante sencillos.  Pero sí que sabe alejarse del cine de terror palomitero y facilón, que hace al espectador medio sentirse todo un intelectual por resolver, llevado de la manita, un misterio evidente y plagado de exageraciones incoherentes.



Si alguien fue a la sala de cine esperándose algo tipo ‘La purga’ o ‘Expediente Warren’, que se olvide y se imagine una versión ligera —y menos estúpida en muchas cosas— de ‘El Bosque’. Es fácil acomodarse en los convencionalismos tópicos sobre los extremos del cristianismo puritano, pero cuando llega la hora de conocer los extremos del otro lado —recreados en base a la mitificación de los propios cristianos, como si realmente hubiera ocurrido así—, nos cuesta enfocar con claridad y aceptar que sigue siendo la misma historia y que no se ha saltado nada por el camino.



La Bruja: Una leyenda de Nueva Inglaterra’ no está ni cerca de la perfección. Es más, en su punto álgido no para de darse golpes de ritmo contra la pared con una serie de cortes fuera de lugar y unas pausas exageradas y muy mal introducidas que matan la genial tensión obtenida hasta entonces. Puede que el mayor defecto de este filme sea el de no conseguir convencer de lo que dice, pero seguramente no está entre sus líneas si no en los prejuicios sobre todo lo que lleve el sello esotérico.



Como conclusión, recalco que si se cree en este género con respeto, esta peli es una muy buena forma de pasar el rato, siempre y cuando se tenga voluntad para abrir el envoltorio del regalo con calma y poco a poco. Si lo que se busca es devorar palomitas y que un monstruo CGI te asuste después del oportuno parón de la banda sonora, para luego recrearse recordando sus tópicos y manidos diálogos, mejor esperar al estreno de la secuela de ‘Expediente Warren’. Y todos tan contentos.




Nota: 7,3

Jorge Tomillo Soto-Jove


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