Last night in Soho | POPCOKEN


-Fetichismo con música de Petula Clark-

 ¿Conoces esa sensación cuando estás esperando esa película que quieres ver si o si, y que crees que va a ser de lo mejor del año? Exacto, esos pelillos de punta con sólo comprar la entrada o esperar a que empiece tras quince minutos de trailers. Pues esa era para mi la expectación con 'Last night in Soho' y ha estado lejos de cumplir, bastante lejos (tristemente).

El por qué de esta falta de pegada lo podemos encontrar muy fácilmente en la filmografía de su director, Edgar Wright, que ha sido siempre un director de cine de culto/pop. Uno que ha centrado buena parte de su carrera en la comedia autoparódica y que, hay que reconocerle, ha tenido la valentía de dar una vuelta de tuerca completa a su registro. Pero, para mi gusto se ha quedado entre medias, mandando un mensaje pobre y sobre-romantizado con, eso si, un trabajo brillante de estudio de escena y fotografía. 

En primer lugar creo que el filme hubiera funcionado mejor si su protagonista no fuera injustificadamente imbécil. Tenemos a una chica que "no puede permitirse" nada, becada y cumpliendo el sueño de su vida yendo a estudiar a la gran ciudad. Que vive en una mansión de campo, para luego alquilar su propia habitación en el centro de Londres o comprar prendas de ropa de 400€ la pieza. Esta sarta de incoherencias no sólo genera confusión en el espectador, si no que hace que el personaje, y cada acción que tome desde el minuto uno del filme, pasen por la lupa. 

Causando con esta romantización de la (supuesta) clase media, una completa desconexión con el filme. Así, para cuando llega el giro y nos mete en la dualidad que debería alimentar toda la trama, nosotros tendremos una sensación de asco y engaño en la boca que no desaparecerá hasta el mismo tramo final de la película.

 'Last night in Soho' es una apuesta muy fuerte por el realismo mágico que sustenta sus bases en nada más que gente guapa. ¿De donde surgen estas conductas disociativas? Pues un poco de mis cojones al viento, dice Edgar Wright. Sí, se nos presenta a la insulsa y sobreactuadísima Ellie como un personaje que sufre trastornos varios venidos de episodios traumáticos en su infancia. Así que como ha tenido esos episodios, vamos a acogernos a esa pequeña construcción de personaje para justificar TODA la trama de la película y no dar ningún tipo de explicación más allá.

Podríamos querer colar la de: no, es que es el espectador quien va a ir rellenando esos huecos con información dada de forma subjetiva, ya sea en la fotografía, en el vestuario o en paralelismos entre distintas escenas ¿verdad? Pues no existe nada de eso. Edgar Wright mal justifica el darse una palmadita onanista. Cuando hubiera sido mucho más honesto haber lanzado un thriller psicológico noir que gritase a los cuatro vientos que los años sesenta son la puta ostia. Porque eso es lo que dice entre líneas y de formas rebuscadas, sin explicarnos muy bien en ningún momento cómo llega a ese punto.

Simplemente la magia ocurre delante de nuestros ojos y le toca a Anya Taylor-Joy comerse ese marrón para tirar de una película que le queda grande. Pero le va grande no por falta de talento, si no por que su director dispara salvas al cielo sin avisar a nadie y sin ningún tipo de intención, más allá de la recreación de fetiches propios. ¿Van esos fetiches estéticos acompañados de valor narrativo? no padre. Para cuando se le ocurre ponerse serio y ahondar en temas verdaderamente jodidos que, supuestamente trata de exponer de forma crítica, los deslava con la naturaleza flojita de peli de terror que aflora a veces en el filme y que no termina de cuajar para nada. 

Así cuando veamos que se trata de hacer algún tipo de alegato, ya sea sobre cómo la sociedad consume a la mujer como un objeto o cómo se gestiona la fama en el mundo del arte mediante la prostitución, el bueno de Edgar cortará eso por lo sano para meter jumpscares, zombies y otras figuras fantasmagóricas que vienen heredadas y nunca se llegan a usar de una forma propia o que llegue a sumar de verdad. Simplemente quedan ahí para la anécdota.

Donde la historia pedía un tono pulp, Wright se sigue empeñado en alimentar la naturaleza de peli mediocre de terror que mal imita lo que han hecho otros antes, sin ningún tipo de identidad. Cuando podía haber sido más directo y más honesto con qué quería trasladar a la gran pantalla. Bueno, él y Krysty Wilson-Cairns, que para algo ha hecho el screenplay, por mucho que la historia sea de Wright. Pero vaya, bonk Edgar. Pásate o quédate corto, pero no pares en medio. No con todas las buenas ideas que se dejan ver aquí.

Sí, es cierto que al final todas las piezas encajan bien y el final es satisfactorio. Sí, también es cierto que el trabajo de diseño de efectos especiales (algunos ingeniosamente prácticos) es innovador y que varias de sus escenas (y su composición fotográfica) son dignas de estudio. Pero por lo demás...es como comerte una sopa fría. Sabes que estaba muy rica y que tiene muchos sabores, pero los percibes en una incómoda distancia que no terminas muy bien de entender de dónde viene, ni para qué ha venido.

Si por el camino conseguimos que su gran valor estético nos haga desconectar de todo lo demás, terminaremos por ver un filme normalito y escrito con un aprobado raspado que, si bien apuntaba a peli del año, se ha dejado las maletas y los deberes a medio hacer por el camino. Al menos los fans acérrimos del director, encontrarán otra playlist a la que atenerse después de esta peli y Anya podrá seguir con su reputación de princesa del cine de terror un año más.

Jorge Tomillo Soto-Jove

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