-Elsa y Anna abren una grieta en el muro del machismo de Disney-
La Navidad
es una época de grandes estrenos, reservados con recelo. Puede que sea por la
cercanía de la Gala de los Óscar o porque es la época más potente desde el
punto de vista comercial ¿Y qué es el cine, sino la magia de convertir algo
comercial en un arte? A títulos poderosos como ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’, ‘La vida secreta de Walter Mitty’ o ’12 años de esclavitud’ se contraponen otros más flojos, como ’47 Ronin: La leyenda del Samurái’, ‘Diana’ o ‘Carrie’. Disney no podía dejar de aprovechar esta ocasión permitiendo
que Sony y Columbia acaparasen toda la atención con ‘Lluvia de Albóndigas 2’. Llegaba pues la hora de poner las cartas
sobre la mesa con ‘Frozen: El reino del
hielo’.
Como suelen
comenzar todos los cuentos que hacen historia, en un reino muy lejano llamado
Arendelle, de corte clásico, medieval y dulcemente opulento –a la par que utópico-
viven dos niñas entre los mimos y cuidados de sus soberanos padres. Elsa y Anna
son las típicas niñas, hijas de la realeza, guapas y con pelazos que solo se
gastan las princesas Disney –a cuyo peluquero más de una quisiera conocer-.
Aquí
comienzan a soplar con frescura los vientos del cambio. Una de las niñas, Anna,
sí que es una princesa Disney clásica: tonta, guapa y una completa ignorante
que vive ensoñada y encaprichada con llegar a conocer un hombre de buen porte y
mentón ancho. La novedad llega con su hermana mayor, Elsa. La primera en la
línea de sucesión, posee el carisma de su hermana, su inocencia, su belleza
–Disney no conoce otra forma de representar a la mujer para un papel
importante- y, posiblemente, también su ignorancia –de la que es culpable la
opulenta vida en una burbuja que sus padres les ofrecen-. Pero Elsa es una
alumna aventajada en cuanto a humanidad se refiere. De las dos, es la que más
cerca está de la realidad, pero no ha llegado hasta ahí por las buenas. Elsa
tiene un don de nacimiento: es capaz de hacer brotar hielo de sus manos y de
manipularlo a todos los niveles posibles ¿Una princesa Disney con super-poderes?
Más nos gustaría.
La factoría de los sueños se encarga rápidamente de desmentir
que, pese a tratarse de un don de origen desconocido con el cual ha nacido y
que no puede controlar, los poderes de Elsa no son propiamente poderes si
tomamos el significado “comiquero” de la palabra. Dejan terminantemente claro
que es magia y solo magia lo que sale de los dedos de la princesa. Vale, está
bien, vale, dejémoslo. Ya está.
Como toda
aventura de corte Disney, comienza en la más absoluta felicidad. Incluso se
permiten un cameo de los protagonistas de ‘Enredados’.
Pero eso llega un poco después de la felicidad absoluta, que pronto se ve
trastocada. Un buen día, las pequeñas jugaban a disfrutar de la habilidad sin
límites aparentes de la hermana mayor. Todo se cubre de capas de nieve que bien
parecen azúcar, la estancia brilla como el sol, brilla como los ojos de Anna
que, enamorada de su hermana, disfruta intensamente de un don que ella no
posee, lo cual le da puntos.
La felicidad de Anna lleva la originalidad de Elsa
a sus límites. Su hermana pequeña corre demasiado rápido para sus dones sin
controlar. De montículo en montículo, la pequeña Anna salta henchida de
felicidad, la nieve surca el aire, sus pasos le conducen uno tras otro a una
nueva oleada de fresca risa. De pronto, su hermana Elsa comienza a inquietarse.
Anna va demasiado rápido y se muestra endemoniadamente feliz. El rostro de la
pequeña Elsa se torna tenso. Sus ojos, abiertos de par en par, ven cómo su
alocada y boba hermana salta hacia el vacío, pecando de inocencia y exceso de
confianza. Elsa, apresurada, trata de crear alguna forma que pueda ayudar a su
hermana a no partirse la crisma, pero sus manos tensas y su cabeza
aceleradamente confusa no atinan más que a lanzar una ráfaga de poder crudo y
duro que golpea con dureza la cabeza de Anna, que cae inerte al suelo. Elsa,
aterrorizada, corre a socorrerla.
Su frustración y confusión no tienen límites.
Su desconcierto y angustia crecen, al tiempo que un mechón del pelirrojo cabello
de su pequeña hermana se vuelve blanco como el hielo –igualito que Pícara de la
Patrulla X (X-men)-. En medio de tal
situación, los reyes encuentran a las dos hermanas y acuden a un curandero
troll que propone como solución eliminar cualquier recuerdo de la mente de la
princesa Anna. De esta forma los reyes, en su infinito amor, recluyen a Elsa de
ahí en adelante y nunca llegan a explicar a ninguna de las dos el porqué de
separarlas.
A partir de aquí, Frozen se vuelve un precioso
musical que contrapone la vida de ensoñaciones de Anna y la condena de una Elsa
que, cada año que pasa, controla menos sus poderes, haciendo que se tema más y
más a sí misma. Cuando Elsa ha de coronarse reina pierde el control absoluto
sobre sus poderes y escapa a recluirse a las montañas, donde nos regala un
magnífico soliloquio cantado en el que explica la sensación de libertad que una
persona alcanza cuando, al fin, descubre todo su potencial.
En
definitiva, ‘Frozen: El reino del hielo’
es una historia apasionante e interesante sobre dos niñas muy diferentes que se
verán obligadas a redescubrirse la una a la otra. Tendrán que aprender que, con
el paso de los años, aunque los hermanos se vayan volviendo cada vez más
diferentes, siguen siendo hermanos y donde hubo amor, habrá amor. El espectro
narrativo de la cinta es apasionante: todos los personajes están perfectamente
construidos y casi igualmente bien introducidos, a excepción de Kristoff, quien
aparece en la primera escena haciéndonos suponer erróneamente su papel
protagónico para luego desaparecer hasta la mitad de la trama. Por otro lado
está Olaf, el muñeco de nieve que ama los abrazos calentitos y sueña con vivir
lo que realmente el verano es –en serio, sí-. Su hilarante papel no cae en la
repetición ya que, aunque haga alguna que otra aparición temprana, será solo
como inerte muñeco de nieve. No es hasta que Elsa se descubre a sí misma y se
acepta tal y como es, cuando Olaf cobra vida.
Lo más
interesante de toda la película puede que sea el personaje de Elsa, sus miedos
y sus temores, su necesidad de reprimirse a sí misma y su sensación de libertad
al escapar del miedo. Son sensaciones con las que todos nos podríamos
identificar con facilidad. Además de ser la princesa Disney más atractiva
físicamente, lo es también en cuanto a su personalidad. La escena de la
liberación es su particular viacrucis, en el que se desprende con fiereza de
todas las ataduras y se crece en sus rarezas y defectos. Se trata de la mejor
escena de todo el filme y posiblemente la canción del año –en el cine- junto a
un muy impresionante apartado gráfico que, en esta secuencia en concreto,
supera todo lo que pudiera haber logrado Pixar –su mayor competidor, aun siendo
a día de hoy parte de Disney-.
Si el
lector no ha visto la película y tiene intención de hacerlo, mejor que no lea
este párrafo.
La principal novedad que introduce Disney en esta obra no es que dos mujeres hagan avanzar la Historia, no es que el personaje más interesante no busque como forma ideal de vida el matrimonio o “dar un braguetazo real”. La situación esta vez es muy diferente. En el evento final, en una épica escena dominada por la ventisca que crea la furia de Elsa, la vida de Anna se va viendo consumida por una ráfaga de hielo que su hermana aloja en su corazón cuando aquélla trata de convencerla de que vuelva a casa y deje su reivindicación –que no alcanza a comprender del todo-. El malo alza amenazante su espada contra la todopoderosa Elsa que, caída sobre el hielo, sufre entre lágrimas la falsa noticia de que su hermana ha muerto por su culpa –el malo es muy malo-. Pero, en el último instante, mientras el hielo termina con su vida, Anna se interpone entre el filo de la espada y su amada hermana. Un último y tétrico aliento se desprende de la estatua de hielo. El “final Disney” no se hace esperar: la condición para salvar a Anna de la maldición de hielo era una muestra de amor verdadero –clásico- pero no es el chico el que se la da, si no su hermana, que llora su pérdida sobre su cuerpo helado que poco a poco entra en calor.
La principal novedad que introduce Disney en esta obra no es que dos mujeres hagan avanzar la Historia, no es que el personaje más interesante no busque como forma ideal de vida el matrimonio o “dar un braguetazo real”. La situación esta vez es muy diferente. En el evento final, en una épica escena dominada por la ventisca que crea la furia de Elsa, la vida de Anna se va viendo consumida por una ráfaga de hielo que su hermana aloja en su corazón cuando aquélla trata de convencerla de que vuelva a casa y deje su reivindicación –que no alcanza a comprender del todo-. El malo alza amenazante su espada contra la todopoderosa Elsa que, caída sobre el hielo, sufre entre lágrimas la falsa noticia de que su hermana ha muerto por su culpa –el malo es muy malo-. Pero, en el último instante, mientras el hielo termina con su vida, Anna se interpone entre el filo de la espada y su amada hermana. Un último y tétrico aliento se desprende de la estatua de hielo. El “final Disney” no se hace esperar: la condición para salvar a Anna de la maldición de hielo era una muestra de amor verdadero –clásico- pero no es el chico el que se la da, si no su hermana, que llora su pérdida sobre su cuerpo helado que poco a poco entra en calor.
La música
suena y Disney se confirma. Después de fiascos como ‘Tiana y el sapo’ y una lista interminable de películas sin
trasfondo y mucho machismo, uno se siente orgulloso de estar presenciando un
cambio. Cambio que quizás venga forzado por unas nuevas generaciones que, afortunadamente
cada vez más, van olvidando la lección que sus padres aprendieron a la fuerza.
La mujer no es menos que el hombre desde ningún punto de vista, y debiera
resultar más normal ver situaciones como la que Frozen nos plantea. Pero eso,
solo el tiempo lo dirá. Un servidor únicamente espera que este mensaje y la nueva
generación de princesas Disney consiga calar hondo y siente un poderoso
precedente. En todo caso, ‘Frozen: El
reino del hielo’ es la mejor película de animación del año ya que Hayao
Miyazaki hace tiempo que no compite en la misma liga que Disney, Pixar o
Dreamworks, por triste que esto sea.
NOTA: 9,1
Jorge Tomillo Soto-Jove
BSO 'Suéltalo - Gisela'
BSO 'Suéltalo - Gisela'
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