-La oscuridad de Bilbo, la luz de
Tauriel y la suerte de los hombres.-

Aquí es dónde la elección de
Freeman resulta tan oportuna. Después de haber resultado un actor más dado a la
comedia –muy al estilo inglés, con seriedad de entrada pero humor escondido
bajo nubes grises- dio con el personaje de Bilbo, un hombre humilde que ha de
emprender una gran aventura, que se va viendo consumido por sus ambiciones –lo
que da vez a Freeman para ir introduciéndose en el género dramático- y que, a
diferencia de Frodo, nunca tuvo intención ninguna de ir a buscarla. Por eso
Bilbo resulta un personaje mucho más interesante que Frodo. Bilbo quiere la
aventura –y nadie le lleva a rastras- a la que cada vez se va acostumbrando
más.
En un principio, solo quería pasar la vida cómodamente sentado en su
butaca, delante de la portezuela de su casa, fumando su pipa y comiendo por
dos. Frodo, sin embargo, estaba más predispuesto a vivir donde fuere, feliz,
para acabar viéndose metido en un lugar del que le gustaría salir y que acaba
por arruinarle la vida. Dos hombres humildes que, como su creador, se ven
obligados a ir a la guerra.
Llegamos al punto más polémico de
la obra de Peter Jackson. La saga de El Hobbit no es ‘El Señor de los Anillos’
ni es el libro de Tolkien a pies juntillas, aunque no pierde ese espíritu.
Esto, precisamente, es lo que hace de El Hobbit algo totalmente diferente. El
libro es un relato jovial y feliz, donde todos somos hadas del bosque que pasan
el día comiendo azucarillos, lo que no implica necesariamente la aparición de
hadas que se alimentan de azúcar. ‘El Señor de los Anillos’ es una obra
tétrica, trágica y bélica, absolutamente bélica –fiel reflejo de los estragos
causados por la guerra en su autor, que plantea todas las batallas desde el
terror de haber estado en ellas-. En cambio El Hobbit es una historia que versa
sobre las aventuras de magos, hobbits, elfos, arañas, hombres y dragones –no
sabría dónde calificar a Gollum- que tratan de buscar su lugar en el mundo, ya
sea reclamando sus derechos o destruyendo los de otros.
Aquí nace esta segunda parte, ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’.
Nada más comenzar ya se introduce un elemento brillante y un guiño a los fans
de la saga. El elemento, una escena en Bree –concretamente en el Pony Pisador-.
El guiño, como siempre, Peter Jackson se introduce a sí mismo en alguna escena
en algún momento de sus películas; y es justo nada más comenzar dónde le
veremos. Ojos bien abiertos. En el Pony Pisador, ese pub dónde se introduce a Aragorn
en “El Señor de los Anillos” bajo el nombre de Trancos, es donde ahora Thorin
escudo de roble, protagonista ocasional de esta saga, da con sus huesos contra
los de un viejo mago al que ‘unos hombres habían tomado por un vagabundo’. Con
esta escena, se nos induce a creer que fue Gandalf el que incitó a Thorin,
llevándolo por el camino correcto a la campaña de recuperar sus tierras,
Erebor.
Tras esta puesta a punto,
volvemos a sufrir la angustia de la persecución. Los orcos acosan a esta
pequeña compañía, forzándolos así a entrar en el Bosque Negro, territorio de
elfos. Aquí quedarán presos y no solo por unos barrotes. El carácter arrogante
de Legolas y la esperanzadora luz de Tauriel –licencia artística del equipo de
Jackson, muy bien traída- también los dejarán cautivos de amistad y algo más.
Es cierto que ni uno ni otro hacían aparición alguna en El Hobbit, pero
reconstruir una historia permite este tipo de licencias.
Si además vas a hacer
3 películas de 3 horas cada una, partiendo de un libro de 300 páginas –y poco
más- tienes que tomarte ciertas libertades. Si alguien merece ese derecho, es
Peter Jackson y su estante repleto de Óscars por “El Señor de los Anillos”. En aquella
ocasión, la historia, comparada con el libro, sí que resultó mucho más fiel,
aunque se dejaba muchas cosas de importancia en el tintero –como la destrucción
de la comarca a manos de Saruman o Tom Bombadil, quien podía portar el anillo
sin que le afectase pero, simplemente, no le dio la gana-.
Poco a poco, todos sus pasos dirigen
a esta compañía a la que, de la misma manera que Gandalf acostumbra a quedarse
capturado en torreones, le llega la hora de dividirse.
Martin Freeman llevará a
Bilbo al punto interesante de dependencia con el anillo, que todos ansiamos contemplar.
Benedict Cumberbacht prestará su figura y su poderosa voz tanto al Nigromante –protagonista
de una de las escenas más espectaculares de toda la película que, a su vez,
enlaza plenamente con “El Señor de los Anillos”- como al grande y poderoso
Smaug, dejando así todos los interrogantes al descubierto.
Y es que, si algo
permite una segunda parte, es una buena oportunidad para ahondar en la trama de
todos los personajes habidos y por haber. Ian McKellen, en una de sus clásicas
escapadas, confronta al Nigromante en la que puede que sea la mejor batalla individual de
las seis películas –y digo esto antes de ver la tercera parte-, pero
tendrá tan pocas escenas en la cinta que
acaba por resultar extraño. Aunque algún día había que ceder el testigo.
Y ese
testigo lo toman actrices como Evangeline Lilly, que ni en ‘Perdidos’ había lucido tan bien y con un
personaje tan convincente. Su pasión por vivir con la luz de las estrellas,
prende la imaginación y la nostalgia de todos los espectadores y, aunque
palidezca al hablar élfico –cosa que nadie hacía tan sensual y místico como Liv
Tyler-, se alza, en mi opinión, con el tercer puesto como personaje más
interesante de la película, después de Smaug y Bilbo.
En definitiva, poco más queda que
confiar en que nos duren las uñas hasta el año que viene. A los que la hayan
visto ya, espero que compartan mi pasión. Es una obra que todo lo merece, pero
que lo va a tener mucho más difícil de cara a las estatuillas, tanto por su
predecesora, como por sus competidores. Y a los que no la hayan visto aún,
recomiendo encarecidamente su visionado en 3D48FPS o 3D48HD –como lo quieran
llamar, 3D a 48 tramas por segundo- no ya por lo bien hecho que esté ni por lo nítido
que se vea, sino, simplemente, porque nunca más se podrá volver a ver así. Es
un formato exclusivo de El Hobbit y de las salas de cine. Aunque sea más caro
de lo habitual merece –y mucho- la pena.
Jorge Tomillo Soto-Jove
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