El Hobbit: La Desolación de Smaug


-La oscuridad de Bilbo, la luz de Tauriel y la suerte de los hombres.-

 Ha pasado un año desde que me diera el lujo de asistir al estreno de ‘El Hobbit: un viaje inesperado’. El pasado 13 de diciembre se estrenó en nuestro país su secuela y lo cierto es que es un placer volver a la Tierra Media y a Nueva Zelanda de la mano de Peter Jackson. Como dijo Martin Freeman (actor que da vida al protagonista de este cuento en alta definición): “Peter ha convencido a Hollywood de que se muden a su calle”.

Con la primera entrega no pude evitar salir lleno de felicidad, halagos y alguna lágrima cayendo por la mejilla. En el viaje inesperado, se exponía el origen de una aventura comenzada hacía largo tiempo. Peter Jackson, que en un principio no quiso hacer El Hobbit, se unió a este proyecto tras cientos de retrasos, cancelaciones, problemas y una vez que Guillermo del Toro hubo abandonado por completo. Sin embargo, Jackson no comenzó de cero. Había algo que del Toro había hecho bien y que el nuevo director supo ver, aceptar y respetar. Ese algo es Martin Freeman, actor más conocido –antes- por su papel de Dr. Watson en la merecidamente aclamada serie de TV británica ‘Sherlock’, en la que Benedict Cumberbacht –a codazos con Michael Fassbender por ser el hombre de moda- y él, junto a una maravillosa dirección artística, han insuflado un soplo de aire fresco al manido, y arruinado por Robert Downey Jr., Sherlock Holmes. La serie ha sabido respetar el aire clásico de las historias del señor Holmes, sin detenerse a la hora de innovar, adaptar y aclimatar sus leyendas a nuestro tiempo. Quizá eso mismo sea lo que la saga del Hobbit pretende ofrecer a un mundo que no lo quiere ver: una versión del libro de Tolkien sin las restricciones marcadas por una fidelidad estricta a los escritos originales.

Aquí es dónde la elección de Freeman resulta tan oportuna. Después de haber resultado un actor más dado a la comedia –muy al estilo inglés, con seriedad de entrada pero humor escondido bajo nubes grises- dio con el personaje de Bilbo, un hombre humilde que ha de emprender una gran aventura, que se va viendo consumido por sus ambiciones –lo que da vez a Freeman para ir introduciéndose en el género dramático- y que, a diferencia de Frodo, nunca tuvo intención ninguna de ir a buscarla. Por eso Bilbo resulta un personaje mucho más interesante que Frodo. Bilbo quiere la aventura –y nadie le lleva a rastras- a la que cada vez se va acostumbrando más.
 En un principio, solo quería pasar la vida cómodamente sentado en su butaca, delante de la portezuela de su casa, fumando su pipa y comiendo por dos. Frodo, sin embargo, estaba más predispuesto a vivir donde fuere, feliz, para acabar viéndose metido en un lugar del que le gustaría salir y que acaba por arruinarle la vida. Dos hombres humildes que, como su creador, se ven obligados a ir a la guerra.

Llegamos al punto más polémico de la obra de Peter Jackson. La saga de El Hobbit no es ‘El Señor de los Anillos’ ni es el libro de Tolkien a pies juntillas, aunque no pierde ese espíritu. Esto, precisamente, es lo que hace de El Hobbit algo totalmente diferente. El libro es un relato jovial y feliz, donde todos somos hadas del bosque que pasan el día comiendo azucarillos, lo que no implica necesariamente la aparición de hadas que se alimentan de azúcar. ‘El Señor de los Anillos’ es una obra tétrica, trágica y bélica, absolutamente bélica –fiel reflejo de los estragos causados por la guerra en su autor, que plantea todas las batallas desde el terror de haber estado en ellas-. En cambio El Hobbit es una historia que versa sobre las aventuras de magos, hobbits, elfos, arañas, hombres y dragones –no sabría dónde calificar a Gollum- que tratan de buscar su lugar en el mundo, ya sea reclamando sus derechos o destruyendo los de otros.


Aquí nace esta segunda parte, ‘El Hobbit: La desolación de Smaug’. Nada más comenzar ya se introduce un elemento brillante y un guiño a los fans de la saga. El elemento, una escena en Bree –concretamente en el Pony Pisador-. El guiño, como siempre, Peter Jackson se introduce a sí mismo en alguna escena en algún momento de sus películas; y es justo nada más comenzar dónde le veremos. Ojos bien abiertos. En el Pony Pisador, ese pub dónde se introduce a Aragorn en “El Señor de los Anillos” bajo el nombre de Trancos, es donde ahora Thorin escudo de roble, protagonista ocasional de esta saga, da con sus huesos contra los de un viejo mago al que ‘unos hombres habían tomado por un vagabundo’. Con esta escena, se nos induce a creer que fue Gandalf el que incitó a Thorin, llevándolo por el camino correcto a la campaña de recuperar sus tierras, Erebor.

Tras esta puesta a punto, volvemos a sufrir la angustia de la persecución. Los orcos acosan a esta pequeña compañía, forzándolos así a entrar en el Bosque Negro, territorio de elfos. Aquí quedarán presos y no solo por unos barrotes. El carácter arrogante de Legolas y la esperanzadora luz de Tauriellicencia artística del equipo de Jackson, muy bien traída- también los dejarán cautivos de amistad y algo más. Es cierto que ni uno ni otro hacían aparición alguna en El Hobbit, pero reconstruir una historia permite este tipo de licencias.

 Si además vas a hacer 3 películas de 3 horas cada una, partiendo de un libro de 300 páginas –y poco más- tienes que tomarte ciertas libertades. Si alguien merece ese derecho, es Peter Jackson y su estante repleto de Óscars por “El Señor de los Anillos”. En aquella ocasión, la historia, comparada con el libro, sí que resultó mucho más fiel, aunque se dejaba muchas cosas de importancia en el tintero –como la destrucción de la comarca a manos de Saruman o Tom Bombadil, quien podía portar el anillo sin que le afectase pero, simplemente, no le dio la gana-. 
Poco a poco, todos sus pasos dirigen a esta compañía a la que, de la misma manera que Gandalf acostumbra a quedarse capturado en torreones, le llega la hora de dividirse

Martin Freeman llevará a Bilbo al punto interesante de dependencia con el anillo, que todos ansiamos contemplar. Benedict Cumberbacht prestará su figura y su poderosa voz tanto al Nigromante –protagonista de una de las escenas más espectaculares de toda la película que, a su vez, enlaza plenamente con “El Señor de los Anillos”- como al grande y poderoso Smaug, dejando así todos los interrogantes al descubierto. 
Y es que, si algo permite una segunda parte, es una buena oportunidad para ahondar en la trama de todos los personajes habidos y por haber. Ian McKellen, en una de sus clásicas escapadas, confronta al Nigromante en la que puede que sea la mejor batalla individual de las seis películas –y digo esto antes de ver la tercera parte-, pero tendrá  tan pocas escenas en la cinta que acaba por resultar extraño. Aunque algún día había que ceder el testigo. 

Y ese testigo lo toman actrices como Evangeline Lilly, que ni en ‘Perdidos’ había lucido tan bien y con un personaje tan convincente. Su pasión por vivir con la luz de las estrellas, prende la imaginación y la nostalgia de todos los espectadores y, aunque palidezca al hablar élfico –cosa que nadie hacía tan sensual y místico como Liv Tyler-, se alza, en mi opinión, con el tercer puesto como personaje más interesante de la película, después de Smaug y Bilbo.
En definitiva, poco más queda que confiar en que nos duren las uñas hasta el año que viene. A los que la hayan visto ya, espero que compartan mi pasión. Es una obra que todo lo merece, pero que lo va a tener mucho más difícil de cara a las estatuillas, tanto por su predecesora, como por sus competidores. Y a los que no la hayan visto aún, recomiendo encarecidamente su visionado en 3D48FPS o 3D48HD –como lo quieran llamar, 3D a 48 tramas por segundo- no ya por lo bien hecho que esté ni por lo nítido que se vea, sino, simplemente, porque nunca más se podrá volver a ver así. Es un formato exclusivo de El Hobbit y de las salas de cine. Aunque sea más caro de lo habitual merece –y mucho- la pena.

Jorge Tomillo Soto-Jove


Nota: 9,3


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