La ladrona de libros


-Mano sobre mano y lágrima sobre lágrima.-


A veces, al repasar nuestra historia, encontramos episodios especialmente tétricos que quisiéramos olvidar. Quizá la mejor forma de olvidarlos consista en no dejar nunca de recordarlos; o quizá no, quién sabe. En cualquier caso, la segunda guerra mundial siempre ha sido un terreno fértil para escritores voraces. Por norma general, la temática se viene repitiendo hasta el hastío, exponiendo a los alemanes como seres endemoniados que devoran bebés vivos y a los judíos como ángeles asaltados en mitad de la noche mientras duermen, inocentemente abrazados a peluches de unicornios rosados. 



Por suerte, ‘La ladrona de libros’ aporta un enfoque diferente a esta archiconocida historia, centrando la narración en otro lado del campo, posiblemente el menos explorado. Así, los civiles alemanes y cómo pasaron la guerra será la trama central de nuestro pequeño –pero largo- cuento.
Antes de nada, he de dejar claro que esta no va a ser una crítica que exponga en su oratoria las diferencias entre el libro homónimo escrito por Markus Zusak en 2005, con el cual he podido saber, hasta la fecha, que la película establece escasas diferencias. Primer punto a favor.



Nada más comenzar, brota ante nosotros el que puede que sea el aspecto narrativo más novedoso –si no el único- que aporta ‘La ladrona de libros’ al cine. Seremos guiados a lo largo de esta bella historia por la imponente, cálida y serena voz de un narrador. Un narrador especial que a todos los personajes conoce y que en todas las situaciones se ha visto involucrado, como ese tercer amigo que, de pronto, se ve asaltado por la discusión de los otros dos. Un espectador silente que vive de los secretos de los demás. Nuestro anfitrión es nada más y nada menos que la muerte



Ya antes de comenzar la historia nos advierte de que todo el mundo muere. Se disculpa ante nosotros por habernos destripado el final –tanto de esta historia como de todas- pero algunos nos sentiremos incómodos por el solo hecho de la mención al final de la película. Bien es cierto que, antes de entrar al cine y sabiendo que la trama se ambienta en la segunda guerra mundial, el espectador se imagina un final duro, pero no resulta cómodo que te dejen la película sentenciada nada más comenzar. Por otra parte, puede que este anuncio no pretenda destripar el guión a nadie. En vez de eso, su intención probablemente sea la misma que la de la propia muerte: volver a todos los personajes iguales para que, cuando llegue la hora de decirles adiós, no resulte tan difícil. Porque esto va a ser así desde ahora, os lo prometo. ‘La ladrona de libros’ no se contiene ante nada, ni ante nadie.



A  bordo de un tren que atraviesa un campo helado, se nos presentan los personajes de forma dantesca. En este vagón abarrotado están Liesel –interpretada por la bellísima Sophie Nélisse, que, con su candor, aporta el aroma a inocencia y niñez que tanto van a necesitar la propia Liesel como todos los personajes a su alrededor-, su hermano y su madre. Todos ellos tiritan entre traqueteo y traqueteo. Posiblemente lleven días sin comer, y ese viaje es una de sus últimas oportunidades. Liesel escruta el exterior con sus grandes y azules ojos. Todo es blanco infernal, desolación es lo único que hay dentro y fuera del tren, y nuestro singular narrador no tarda en hacer acto de presencia. Una gota de sangre colgando de la nariz, es el último hálito de vida que el hermano de Liesel aportará a este viaje. 



El duro golpe no les permite más tregua que unos minutos para celebrar un funeral improvisado junto a las vías del ferrocarril. El viaje continúa en silencio, con el triste rumor del tren cruzando la nieve como única compañía. El final del trayecto no es más alentador. Liesel es dada en adopción a los Hubermann, Hans y Rosa –interpretados, respectivamente, por el carismático Geoffrey Rush (ganador del Óscar por ‘Shine’ y nominado por ‘El discurso del Rey’) y por Emily Watson, doblemente nominada-. 



Este  matrimonio, que más bien parece jugar a poli bueno poli malo, se mantiene equilibrado entre las constantes salidas de tono -por minucias- de Rosa, gracias a la calidez y aires bohemios de Hans. Juntos resultan el tándem perfecto para que una niña como Liesel se desarrolle tanto a nivel intelectual como artístico.



Geoffrey Rush mantiene los primeros cincuenta minutos de la película llenos de anécdotas, escenas entrañables y más de un buen ejemplo de cómo ser un buen padre con muy pocos medios. Liesel trata de buscar su sitio en una sociedad de la que pronto dejará de sentirse parte. Ella sabe que son los suyos pero que, de alguna forma, todo lo que promueven no es correcto. Los problemas llegan a un punto álgido cuando un joven judío llamado Max cobra una vieja deuda entre Hans y su padre, consiguiendo así refugio.



Para concluir, hay que analizar todo el conjunto, el dibujo general. Lo que queda después de unas dos horas y diez minutos que, todo hay que decirlo, se hacen largos, es una película que tiene sus momentos de alza y unos momentos llanos que resultan casi insufribles, donde lo más interesante que veremos en minutos es la imagen de una niña leyendo en silencio. Al final, resulta una historia como cualquier otra que transmite un mensaje claro sobre el valor de la vida, vivida por el significado de las palabras. La ladrona de libros’ es una película que plantea el drama del holocausto desde un punto de vista novedoso e interesante. Es verdad que no llega a aprovechar la originalidad de su planteamiento tanto como podría haber hecho, pero no es menos cierto que resulta suficientemente interesante como para pagar la entrada, cuyo precio ya quedaría más que justificado con la trabajada fotografía del filme.



NOTA: 7,2

Jorge Tomillo Soto-Jove


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