El quinto poder.


-Falta de objetividad y protagonismo equivocado.-


A finales de noviembre de 2013, tuve el placer de asistir–en el mítico cine Los Ángeles de Santander- a la proyección de la polémica cinta, protagonizada por Benedict Cumberbacht, ‘El Quinto Poder’. En ella somos testigos y cómplices silentes de un relato crucial en la historia contemporánea de internet, la prensa y los derechos civiles del mundo en general.



Para entender y analizar tanto esta historia como su trasfondo, tenemos que ser un poco conscientes de la situación de internet y la guerra que libró WikiLeaks contra toda barrera que se les pusiera delante –por decirlo de una forma rápida, ya que enumerar cada rival de Assange ocuparía esta crítica al completo-. Internet, al igual que la prensa internacional, es un lugar con barreras desde la perspectiva de la libertad de expresión.



 Quizá menores que las de la prensa escrita, pero siguen siendo significativas. Tanto es así, que los entendidos en la materia afirman sin lugar a dudas que hay un segundo internet donde están las cosas importantes, pero ese es otro tema. Lo que cuenta aquí es que Assange y sus colaboradores sacaron a la luz miles de archivos –cables- confidenciales que revelaban información de interés general. Ese es el hecho si dejamos todos los detalles al margen, o esa pretendía ser la intención.



Nace la polémica al pensar que todo acto tiene una respuesta en forma de consecuencia. Ese razonamiento lógico se aplica a cualquier situación: tirar un huevo por la ventana, decidir no estudiar para un examen o contactar con un informador. El problema surge en este punto en concreto. Esta historia descomunal tiene dos puntos de vista muy diferentes: el de Julian Assange, la cara visible, y el de Daniel Berg, la mano derecha, cuyo libro ‘Dentro de Wikileaks’ aporta el guión a esta película que acaba resultando imparcial, pues Daniel Berg (a quien da vida el español Daniel Brühl, en fama ascendente; dio el salto comercial con ‘El últimatum de Bourne’ y ahora se ha apuntado tantos como ‘Malditos Bastardos’ y ‘Rush’) solo se pondera a sí mismo. 


-¿Eso son chicas sin camiseta?-
+No, es la policía+

Casualmente, todos los personajes van cambiando desde su punto de vista. Pasan de un rol a otro, son encumbrados para ser destronados, etc. Pero su personaje, que se espera sea con el que se identifique el espectador, siempre permanece en una posición de estabilidad moral. Siempre se mantiene en una posición de seguridad, pasa por su propia historia sin mojarse. Casualmente, al único al que no critica de forma directa es a sí mismo, pese a que se le presente como alguien con carencias sociales evidentes. Se le deja al margen en las partes importantes, que es justo donde más ataca a Assange –todo muy aleatorio, ya ya…-



Desde la versión que nos lanza el Assange de Berg –no es estrictamente como el verdadero Assange, pues éste se comunicó con el propio Cumberbacht para informarle de que, al margen de lo bueno que pueda ser su trabajo, le “han convertido en marioneta de una campaña difamatoria a gran escala”- los cables nunca causaron daño ninguno a sus informadores. El objetivo de Assange fue siempre que las fuentes de sus chivatazos quedasen en el más estricto anonimato. Según el personaje de Daniel, Assange, en su egoísmo supino, rozando el autismo, nunca se preocupó tanto por las victimas como porque la información que tenía entre las manos saliera a la luz integra y sin adulterar por el ego de ningún editor o periodista venido a menos que busque algo de luz al final del túnel para reflotar su carrera. 


-¿Seguro que él dijo esto?-


De esta forma, y como dijo Al Pacino en ‘Esencia de mujer’ –posiblemente su mejor película; muy recomendable-, ahora nos encontramos ante una encrucijada: ahí está Assange con su versión extremista/anarquista, y ahí está Daniel con su sensiblería conservadora. Como ocurre en ‘Esencia de mujer’, también está la tercera variante: el público. Tenemos la encrucijada delante y nos fuerzan a decantarnos por un camino o por otro. El fácil, el de Daniel: condenar a Assange, elevándolo primero a la categoría de genio. Forzándonos a todos a asumir lo grande que es, nos guste o no, para luego destruirlo por completo cuando la situación exige tener algo entre las piernas. 


-¿fácil o difícil?


Justifica su posición en la supuesta megalomanía de Assange que, de pronto, quiere todos los focos para él, es autista y bastante mala persona, cuando antes era un seductor, un genio de la informática de revolucionario discurso y un maestro –manipulador-. Pero ahora es un villano de propuestas irracionalmente egoístas que juega por libre y al que hay que detener a toda costa. En segundo lugar, tenemos el camino difícil de la encrucijada. Si escuchamos a Assange/Cumberbacht en la escena final de la película, nos daremos cuenta de que nos reta a encontrar por nosotros mismos una versión de esta historia que resulte creíble. “¿Una película de Wikileaks? ¡Jeh! ¿Cuál de todas?” dice sonriendo. “Aaah, esa. Debimos dejar un único elemento fuera, todo habría sido mejor”. Las puñaladas vuelan. Pero luego es cuando  lanza el reto. Según el camino de Assange, tenemos que defender la libertad de expresión a toda costa, trabajar cuidadosamente la seguridad de todos nuestros informantes y confiar en que el mundo se hará eco de la verdad que tú les estás dando. “Porque lo que más miedo les da a ‘ellos’ eres tú”.



En definitiva, la película parece no aclararse consigo misma. Julian es tan pronto un héroe a quien seguir hasta el fin del mundo, como un villano de oscuras intenciones amamantado en una secta. Las escenas simbólicas de Wikileaks como una gigantesca oficina son para enmarcar, pero los procesos informáticos resultan pobres: solo son colores y muchos símbolos raros escritos muy rápido y haciendo mucho ruido con el teclado. Señores, eso no es “hackear”. Pero si obviamos esos detalles –que únicamente tratan de hacer la informática más visual- tendremos ante nosotros una historia que merece más de una lectura y que acaba por resultar sumamente interesante.

Nota: 6,8

Jorge Tomillo Soto-jove

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