El bosque de los suicidios | POPCOKEN


—Floresta de bostezos—



Con la temporada de cine ya iniciada, es un buen momento para volver a ir al cine y separarnos un tanto de todo lo relacionado con estatuillas doradas. Por ello, un servidor ha creído que navegar por aguas algo menos transitadas sería un soplo de aire fresco para uno mismo y para esta sección: error.  En primera instancia, me decidí por darle una oportunidad a ‘Zootropolis’, pero Disney relanza el relato infantil al uso, con los recursos visuales que hicieron grande al comic Blacksad.



 Todo interés recae únicamente en lo visual, se tenga la edad que se tenga, ya que su mensaje enmarcado en una estricta evidencia, va destinado a inculcar esperanza a los más jóvenes y algo de tedio a los mayores que no se entretengan con su colorines.



Decepcionado por un Disney enfocado en los infantes, decidí dar un giro radical a mi planteamiento y sumirme en los conocidos albores del cine de terror palomitero. Mi siguiente y última parada fue ‘El bosque de los suicidios’. 



Animado por la siempre agradable presencia de Natalie Dormer, me decidí por darle una nueva oportunidad a un género, del que uno no sabe ya bien qué esperar. Hay excepciones a esta triste regla; ‘It follows’ me lo dejó claro y ‘Goodnight Mommy’ se esforzó por reivindicarlo —a golpe de un ritmo harto predecible—, aún cuando parecía una nueva esperanza.



Con ‘El bosque de los suicidios’ podemos sumar otra  —indigna— incursión del cine norteamericano en el mundo del terror nipón.  Aokigahara, El mar de árboles o el bosque de los suicidios son algunas de las formas en las que se conoce un sórdido lugar (que abarca unos 35km) ubicado al noreste del monte Fuji, entre las prefecturas de Yamanashi y Shizuoka, en Japón. 



El lugar, asociado históricamente con la mitología demoníaca, es ya parte del imaginario japonés por tener una leyenda negra, totalmente justificada, sobre la cual crece el mito. La base real de la historia, es uno de esos episodios tan típicos que todo Japón preferiría olvidar: desde 1950, el gobierno admite haber encontrado cerca de 500 cadáveres, siendo el suicidio la causa principal de muerte.



 El número de suicidas va en aumento desde unos años antes de la década de los noventa; situando las muertes en el bosque en torno a una media de setenta muertes anuales (en 2003 la media aumentaría hasta el centenar). Cuando el gobierno finalmente dejó de admitir y publicar los números de fallecidos en Aokigahara, fue cuando el movimiento de operarios surgió. Es aquí donde se cruza la realidad con a película.



En ‘El bosque de los suicidios’, Natalie Dormer trazará un rumbo muy parecido al que padeciera su compañera de reparto —en ‘Juego de Tronos’— Sophie Turner en ‘Mi otro yo’, bajo la desastrosa tutela de Isabel Coixet.



 Dormer dará vida a la protagonista de esta historia (Sara) y a su hermana gemela idéntica (Jess), en torno a la cual girará toda la trama y mitología. 



‘El bosque de los suicidios’ comete los mismos errores de principiante que llenaron las escenas de la señora Coixet, otorgando así al cine de terror un ritmo narrativo y una categoría argumental dignos del mejor cine porno. Los diálogos manidos y una historia saturada de lugares comunes, manidos y desgastados, sobrepoblarán todas las verdes hectáreas de este bosque.



 Entre las hojas y las sogas colgantes, Natalie Dormer verá superados los límites tanto de su personaje como de sí misma. Este bosque no hará ningún bien a su carrera dentro del mundo del cine, incluso dará un resultado peor que su discreta incursión en la —venida a menos— saga de ‘Los juegos del hambre’.



Sara se encontrará en su viaje por Japón, con un periodista interesado en ella y en su hermana, así como con un operador amigo suyo, que les ayudará a explorar el terreno del bosque contra toda recomendación posible. El relato ante el que nos debemos cuadrar, no cejará en tratar de introducirnos a la fuerza el concepto de “Yuurei”, que en resumidas cuentas es algo así, como la versión tramposa, enfadada y japonesa de los fantasmas más clásicos.



 Entre sus mal construidos y telenovelescos diálogos, siempre veremos la mano del —torpe— guionista, introduciendo pistas forzosamente evidentes, que casi parecerán estar iluminadas con un foco. Es más, si hubiera un cambio de luz o algún tipo de señal clara y visual, que recalcase estas “pistas” dejadas con tan poca sutileza por el filme, todo el cuadro, visualizado en conjunto, resultaría mucho más honesto.



 Además, el espectador tendría algo con lo que entretenerse, no sentirse tratado como un estúpido y poder así escapar del tedio que lo supera tanto a él, como a la propia Natalie Dormer.



La casi media hora que tardaremos en adentrarnos en el bosque y su abrumadora banalidad, nos parecerá un juego de niños comparado con lo que nos queda por encontrar en su interior. 



Si tuviéramos que destacar algo dentro de toda esta maleza de tópicos, sería, que hay una intención —o atisbo— de llegar a aplicar algo de fotografía dentro de todo este enmarañado despropósito. Lo malo es que se contamina por el resto de vicios del filme; encarnados por la innecesaria cámara en mano, sufriendo así un desproporcionado castigo.




Como curiosidad final, destacar que el filme no se pudo rodar en el propio bosque de los suicidios, ya que las autoridades pertinentes no lo permitieron, por esa razón el rodaje se llevó a cabo en algunas localizaciones de Japón y, principalmente en Serbia.



 Con esta curiosidad trato de recalcar la fallida experiencia que supone ‘El bosque de los suicidios’, filme de no terror, destinado a alimentar la mala publicidad que el género arrastra. Todo interés que esté más allá de Natalie Dormer o las localizaciones japonesas, se pueden satisfacer viendo ‘Juego de Tronos’ y ‘Lost in translation’, por lo demás; mejor ahorrar nuestro tiempo y dinero.


Nota: 2

Jorge Tomillo Soto-Jove



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