—¿Qué haría Dory?—
Esta
semana me he decidido finalmente a ver ‘Buscando
a Dory’, una de esas películas cuya vertiginosa ascensión en popularidad
acaba por causar repulsión a aquellos que pasamos de verla en su estreno. De
entrada, con el corto de Piper —que algunos espectadores de exacerbada
sensibilidad consideraron un tráiler más— vemos las cartas que Pixar/Disney
tratarán de jugar en esta partida.
El monerío exagerado será la principal baza,
tanto del corto como de la propia película. Aunque no sea más que un medio para
mandar un mensaje claro tanto a adultos como a niños, tanta purpurina y ojos
grandes satura a quien espera de la animación algo más que un producto
satisfactorio para niños y nostálgicos.
En
uno de los momentos más bajos en la historia del cine, en cuanto a creatividad
y originalidad se refiere, acudir a una sala a ver una cinta de Pixar es
siempre una chispa de frescura que aligera la carga de una industria saturada
de remakes, reinicios y secuelas de baja estofa que tratan de justificarse por
los logros de sus predecesoras.
Lo que acaba ocurriendo es que el producto es
nefasto y hasta la primera entrega se ve deslucida, o puede que ocurra como con
‘Tron: Legacy’, que uno nunca acaba
de saber si es buena o muy mala. Sobre el papel, ‘Buscando a Dory’ parece un innecesario desgaste de una película que
no necesitaba una secuela, acogiéndose además a un clavo ardiendo en forma de
otro personaje popular —secundario— para explotar. El reto esta semana ha sido
justamente el de confirmar si los halagos son merecidos y si los temores tienen
fundamento.
‘Buscando a Dory’ tiene tan poco de
precuela y viene con tan poca chicha que ella misma salta directa desde el
trampolín más alto a retomar el legado de ‘Buscando
a Nemo’, que si bien no es un caso tan exagerado como ‘Inside Out’ —tan sencilla y básica (está diseñada para vender
juguetes y poco más) que aburre, aunque el público se ha empeñado en encumbrarla
desmerecida y desmesuradamente—, sí que está sobrevalorada en términos
generales.
Un
año después de finalizar las aventuras de Nemo a lo largo y ancho del océano,
retomamos las vidas de estos tres pececillos, sólo que esta vez el foco de
atención se centrará sobre Dory y sus regularmente encajadas rachas de memoria
recuperada. Gracias a sus ráfagas de memoria enlazadas a cosas temáticas, Dory
recordará que una vez tuvo una familia y que, por razones que se nos revelarán
más tarde mediante la misma dinámica, la perdió.
Se plantea su necesidad de
reencontrarse con su familia. Nemo y su padre la acompañarán en este viaje,
pues si algo sabe esta familia es cómo se siente uno cuanto ha perdido a
alguien y quiere tratar de volver a casa con los suyos.
En
esta secuela tendremos todo contado con un tono mucho más dinámico y positivo,
ya que si se dejasen llevar por la serie casi ilimitada de momentos dramáticos
convertidos en chistes blancos, tendríamos un dramón de proporciones titánicas.
Que un pez con una tara tan clara trate de luchar contra ello da lugar a
muchísimos momentos en los que un recuerdo va degradándose, y la exposición tan diáfana de ese hecho es
lo que hace que sea tan duro de ver.
Primero Dory recuerda que tiene unos
padres con los que volver, luego que tiene que regresar a casa a ver a alguien,
más adelante que tiene un sitio al que volver pero no sabe a cual y, finalmente,
que tenía que hacer algo pero no sabe muy bien qué, hasta que se termina
cruzando con alguna cosa bonita o curiosa y pierde el rumbo total de lo que
estaba haciendo. De esta forma, el espectador ve claramente el amor que siente
por sus padres, pero también contempla lo crudo y cruel de la enfermedad que va
devorando poco a poco ese recuerdo.
La
falta de atención de Dory hará que su viaje transoceánico se vuelva a torcer.
Nemo y su padre entienden muy bien de qué pie cojean sus historias, cortadas
siempre por los mismos patrones y jugando a malabares con cierta habilidad con
sus lugares comunes, tan fácilmente reconocibles. Cuando la guía marina les da
la bienvenida, nuestros protagonistas repararán con humor en que están en un
parque acuático, ya que si se lo tomasen a mal estaríamos ante otra tragedia.
Mediante una serie de mecanismos y descubrimientos que no contaré para no
chafar la experiencia al espectador, todos acaban por entrar en el parque
acuático donde casualmente nació Dory. Cuento la historia principal con tanto
detalle porque no es el punto fuerte del filme, ni es su intención
desarrollarla.
‘Buscando a Dory’ es un compendio de
positivismo mediante el humor, con una deconstrucción bastante refrescante de
los valores de la estructura familiar. Su mensaje es muy sencillo en fondo y
forma, pero es una decisión voluntaria, lo que constituye un interesante punto
a favor del filme. Lo malo es que, además de sentirse como una secuela
totalmente innecesaria, sigue muy focalizada hacia un público demasiado
concreto: los niños.
Esta circunstancia sólo alimentará el arquetipo de que la
animación, especialmente la animación en 3D, son las nuevas “pelis de dibujos”,
cuando ya quedó demostrado —casi siempre por Japón— que el cine de animación
puede ser mucho más que eso. También hay que admitir en su favor que, dentro
del circuito comercial de cine, ver una película tan sencilla, satisfactoria y
refrescante suma tantos puntos que se vuelve difícil de calcular.
Ahora bien,
tampoco está de sobra tratar de exigirle un poco más a empresas como Pixar y
Disney, que ya han demostrado sobradamente que lo pueden hacer mucho mejor.
Nota: 6,8
Jorge Tomillo Soto-Jove
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