—Hijo de hombre, lucha y ve—
Este
mismo fin de semana llega a nuestras salas de cine un dúo de estrenos sonados y
muy esperados. El ansiado regreso de ‘Jason
Bourne’ viene acompañado de la película que hoy nos ha traído hasta aquí: ‘La leyenda de Tarzán’. Antes de
meternos en la epopéyica aventura de este nuevo Tarzán, uno se ve en la
obligación de dejarle claro al espectador dónde no está.
En el recuerdo que
todos tenemos sobre Tarzán se encuentra la voz de Phill Collins, que hizo la
mitad del trabajo con la aclamada versión de animación de Disney. Por mucho
que, si echásemos la vista atrás, nos toparíamos con todo el glam aventurero de
Hollywood y algún que otro drama, no hay nadie que no conozca a Tarzán y Jane.
David Yates se aprovecha de todo ese imaginario popular para presentarnos esta
continuación no secuela de las aventuras del hombre mono.
El
director que se hizo cargo de la época más turbia y oscura de Harry Potter
(todo dicho en un buen sentido) y se alzó por encima del trabajo de los
supuestos maestros del cine oscuro —como el sobrevalorado Tim Burton—, se hace
ahora cargo de conducir el regreso de Tarzán desde un punto de vista
supuestamente profundo.
Lo malo de este planteamiento es que le ocurre lo mismo
que a Anthony Hopkins con Hannibal Lecter —no supo volver a interpretar un
personaje creado por él—. David Yates sentó unas bases de oscuridad y
profundidad, tanto argumental como de plano, que puede que ni él conociera realmente.
A los pocos años, a raíz del trabajo de Nolan con Batman, todo el mundo quiso
recrear esa sensación de oscuro realismo, dando pie a una versión rancia y
presuntuosa de aquella tendencia. Eso mismo es lo que ha hecho ahora David
Yates, quien parece haberse olvidado de su propio trabajo.
‘La leyenda de Tarzán’ nos pone en la
piel del villano nada más comenzar. Christoph Waltz cambiará a Tarzán por un
puñado de diamantes. Eso es lo primero que vamos a descubrir. No estamos ante
una revisión de los orígenes del personaje, esta vez nos reencontraremos con
Tarzán cuando ya es un hombre y vive en Inglaterra.
John Clayton es su nombre
ahora —por mucho que escame a los fans de la versión Disney— y vive turbado
tratando de olvidar su pasado, hasta que aparece Samuel L Jackson y le calienta
un poco la oreja; entonces a John se le esfuma toda su atmósfera
bohemia-lamentativa a la primera de cambio. Tarzán volverá a la jungla —al
Congo, concretamente— por un par de visos y nombramientos de todo aquello de lo
que supuestamente trata de dejar atrás.
Para
nuestra fortuna, el soso Tarzán de Alexander Skarsgård se verá acompañado por
la deslumbrante Margot Robbie, Jane en el filme. Esta maravillosa elección de
casting no se ve recompensada con un personaje acorde. Jane convence a John de
que la lleve a una temeraria expedición en el Congo Belga, aún contra la
voluntad de él y estando embarazada. Se ve de lejos que esto es una mala idea,
pero a él le parece una buena idea.
Es con la llegada de Jane cuando empezamos
a ver los primeros e innecesarios flashbacks de la historia de Tarzán, contados
como todo el mundo los conoce y sin establecer ni un mísero ápice de variación
e innovación en su narrativa. Todos los flashbacks estarán teñidos de un color
característico, muy al estilo de Yates, pero eso será lo más cerca que estemos
de volver a ver su trabajo bien ejecutado.
El
filme avanza a trompicones sin decidirse bien sobre quién cuenta qué historia. Tan
pronto seguimos los pasos de Skarsgård como nos embarcamos en los trapicheos de
Christoph Waltz para lograr obtener riqueza y poder a cambio de ceder a Tarzán
a sus enemigos congoleños.
Las rencillas del pasado han convertido al líder de
la tribu congoleña en enemigo jurado del héroe del taparrabos, pero no
necesitarán salir a cazarlo ya que, por la rara y trastocada lógica del filme,
será el propio John el que caiga en repetidas ocasiones directo en sus redes.
Mucho
antes, como era previsible, se instaura el concepto de damisela en apuros y
Jane es secuestrada cuando, sin que el espectador sepa bien cómo, la banda de
soldados de Christoph Waltz da con ellos. Esta es la peor escena del filme:
Waltz negocia con los lugareños mediante amenazas mientras que el espectador
cree que están bastante lejos por la línea narrativa previa y por la situación
de los personajes.
Es aquí cuando, casi porque sí, aparece Tarzán lanzándose
con todo contra el villano jefe. Como mandan los tópicos —a desconocimiento de
Tarzán– el villano principal no puede ser derrotado antes de media película, de
modo que Tarzán cae vilmente en sus garras para ser capturado, aunque
finalmente es Jane la única secuestrada y él se libra un poco porque sí,
buscando forzosamente un curso narrativo para el resto del filme.
‘La leyenda de Tarzán’ es ese filme indeciso entre ser una gran
epopeya heroica —con una banda sonora calcada (hasta el descaro) del trabajo de
Hans Zimmer con ‘Batman Begins’—
dando rienda suelta a todo el tremendismo hollywoodiense, o ser un filme
político sobre la liberación del Congo por parte de Tarzán; tal cual.
Todo esto
se junta y sólo vemos oportunidades perdidas, como el propio Tarzán, al que encarna
un plano Skarsgård cuyo mayor registro interpretativo se encuentra en sus
abdominales. Jane y su forzosa incursión son un sinsentido total que no se ve
aprovechado en ningún momento, ni con los pobres destellos de feminismo facilón, ni con la belleza o talento de Margot Robbie. A ellos dos se sumará un Samuel
L. Jackson totalmente rejuvenecido y totalmente innecesario, sin el cual el
filme podía haber pasado totalmente, aunque quizás no en cartelera.
En
resumidas cuentas, se trata de una película que o se ve en el cine con muchas
palomitas y amigos o no se ve. Es verdad que tiene una increíble puesta en
escena, mucha visualidad y alguna licencia fotográfica estimable. Pero también
es un sinsentido constante que alcanzará cotas exageradas de estupidez,
llegando a parecerse más a un ‘Jumanji’
de superhéroes que a una película de Tarzán.
Nota: 4,4
Jorge Tomillo Soto-Jove
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