—30 años de Dragon Ball—
El
20 de noviembre de 1984 iniciaba su andadura la historia que estaría por
convertirse en el anime más famoso de todos los tiempos. Akira Toriyama publicaba
Dragon Ball en la Shōnen Jump, y el 26 de febrero de 1986 veía la luz el primer
episodio de la mítica serie de televisión.
Todas las series de la franquicia
han sido un superéxito a nivel internacional, ya sea ‘Dragon Ball’, ‘Dragon Ball Z’ o ‘Dragon Ball GT’. Las aventuras de
Goku, una mezcla de cine de artes marciales y mitología japonesa, han sentado
un precedente imborrable tanto en la industria como en el imaginario popular a
nivel mundial.
Debido
al gran amor que despierta en sus fans y al siempre presente éxito de su
merchandising —a pesar de ‘Dragon Ball
Evolution’— era lógico que una industria en declive, como es la de la
animación japonesa, rescatase a su gallina de los huevos de oro. En 2013 llegó
a las salas de Japón ‘Dragon Ball Z: La
batalla de los dioses’, la primera película de larga duración de Dragon
Ball y también la primera en retomar la historia cerca del final del manga y
anime.
El éxito fue total y poco tardó a llegar a España su secuela ‘Dragon Ball Z: La resurrección de Freezer’
y el fenómeno se volvió a repetir. Como baremo de medida podemos evaluar el
hecho de que las dos películas se estrenasen en España en salas de cine,
elemento extraño como pocos, ya que, salvando a Ghibli, es muy raro que todo lo
relacionado con el cine llegue a estrenarse en cines, y menos frecuente aún que
coseche buenos resultados.
En
2015 debutó en la televisión nipona ‘Dragon
Ball Super’, la serie anime que, a día de hoy, con sus casi 60 capítulos
es, posiblemente, la mayor oportunidad perdida en el mundo de la animación. Super
empieza justo en el mismo punto en que lo hiciera ‘La batalla de los dioses’, recreando todo lo que ya se viera en la
película por duplicado, con relleno y con una animación de calidad absurda. Hay
que entender que se establece un relevo generacional, querámoslo o no los fans
que llevamos siguiendo las andanzas de Goku desde niños.
Pero prostituir con
alevosía una saga tan querida por el mero hecho de obtener beneficios
económicos resulta descarado y ofensivo. Que la historia cuente otra vez todo
lo que ya nos contaron las dos películas mencionadas con todo el descaro del
mundo por alargar cada movimiento hasta lo insoportable, es un planteamiento
cobarde y vago que, sumado a su ridícula calidad visual, hacen de ‘Dragon Ball Super’ una total y completa
pérdida de tiempo.
Las películas tenían un presupuesto muy digno y su
animación, aún con los ahorros que supone digitalizar algunas secuencias, se
veía muy bien en pantalla, por lo que mal recontar toda esa parte de la
historia de Dragon Ball es una jugada que se antoja extraña y fuera de lugar.
‘Dragon Ball Super’ tiene carencias por
todas partes. Donde uno esperaba encontrar la épica y pesada atmosfera
derrotista de ‘Dragon Ball Z’, nos
topamos de morros con unos personajes extremadamente estúpidos y bobalicones,
perdidos entre sus propias bromas sin gracia alguna.
Casi todo el metraje de
cada episodio —hasta llegar a la saga de Trunks del futuro, cerca del episodio
cincuenta— se centra en rellenar la poca chicha de los largometrajes con
chistes malos sobre comida y demás sandeces. Este tipo de chistes funcionan muy
bien con el público japonés más joven.
Toda la industria está plagada de este
tipo de “humor bobalicón”, pero con una serie como Super, que estaba destinada
a un mercado internacional desde su nacimiento, es un punto flaco para el
espectador. Puede que esta clase de recursos le consigan algunos fans entre
los más jóvenes, pero eso se atisba como un error, ya que el grueso del público
que va a consumir Super es toda esa gente que creció con las epopéyicas
aventuras de Goku.
Lo
que define al género shōnen son sus trepidantes combates, y ya si hablamos de
Dragon Ball, más aún. Pero Super también se está cebando con ese sello
distintivo de la franquicia.
Al margen de su pésima animación, los combates de ‘Dragon Ball Super’ son toscos y malos,
están infantilizados y huyen de cualquier signo de violencia más allá de lo
evidente, como si tratasen de mostrar que partirse la cara a puñetazos no fuese
algo violento en sí, sino un mero trámite para llegar a toda resolución de un
problema.
Los combates se ven asépticos y carentes de ritmo y todo fan que comience
a verla desde su emisión hará bien en sentirse defraudado y estafado, al menos
hasta que llega la saga de Trunks del futuro.
Con esta nueva saga, que se hace
eco de la vieja narrativa de ‘Dragon Ball
Z’ —aunque sólo sea por momentos—, y un par de flashbacks para resumir los
hechos anteriores, se podría haber colocado el punto de partida de ‘Dragon Ball Super’ y su imagen no
hubiera quedado tan dañada.
Toda esa obsesión por crear una especie de
multiverso expandido dentro de la franquicia Dragon Ball es un excedente, ya
que su nueva historia de fondo es tan mala como todas las demás dentro de
Super.
‘Dragon Ball Super’ está siguiendo ahora
un camino más o menos correcto de la mano de Trunks y Black Goku, pero carga a
sus espaldas con demasiada morralla como para levantar el vuelo. Da la
sensación de que quisieran convencer a los viejos fans con pobres guiños para
que sigan viendo el despropósito de historia que tienen entre manos y que tanto
dinero les está dando.
Incluso tenemos nuestra propia dosis de polémica
nacional, ya que el equipo de doblaje encargado de Super ha prescindido de José
Antonio Gavira, el actor que más veces ha sido Goku en nuestro país, por
razones aún por esclarecer.
En
definitiva, tenemos ante nosotros una tremenda oportunidad perdida para
satisfacer el gusto de una minoría y buscar forzosamente una nueva excusa para
seguir vendiendo juguetes y videojuegos bajo un nombre que se va viendo cada
vez más deslucido.
NOTA: 5,1
Jorge Tomillo Soto-Jove
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