—El extraño y fantástico episodio 21—
‘Digimon’ nace en 1999 de la moda de los
monstruos de bolsillo, los tamagotchi, sumado a aprovecharse de la creciente
fascinación —a finales de los noventa– por todo lo que llevase tintes
digitales. Si, aún como fan incondicional reconozco que ‘Digimon’ siempre ha sido esa serie-producto-franquicia a la sombra
de Pokémon, pero para mi y mucha gente de aquella generación, ‘Digimon’ aportaba “ese no se qué” que
el amiguismo barato de Pokémon no daba.
La
premisa de la serie es bastante sencilla y precaria; un grupo de niños están de
campamento de verano en la montaña, cuando un extraño fenómeno ocurre y acaban
perdidos, en un mundo salvaje y por descubrir. Uno de los factores que
definieron a esta primera temporada de la serie era la humanidad de sus
personajes. Estábamos ante un grupo de niños perdidos en un mundo extraño,
atemorizados por la idea de tener que sobrevivir por su cuenta.
Luego la propia
serie desechaba esa idea en pro de combates, más combates y tramas que no
terminaban por llevar a nada más que a otra estúpida y espectacular pelea que
fascinase a toda una generación de niños, demasiado ocupados con tanto color y
la hipnótica música.
No quiero decir que ‘Digimon’
fuese mala. Es una serie mala si la juzgamos desde la perspectiva de un adulto,
pero para un niño es un producto que funciona muy bien. Aunque sí se puede
analizar cada tara que afloraba en la serie, como una animación que dejaba
bastante que desear, donde nos encontrábamos con personajes mayormente
estáticos que de tanto en cuanto hacían alguna que otra cosilla.
O podíamos
toparnos con unos Digimon que tan pronto tenían un tamaño, como otro, como eran
más estáticos que un trozo de cartón. Pero entonces llega el episodio 21, y
pasen los años que pasen, vea tanto cine como vea, me sigue fascinando cada
fotograma de este episodio.
El
episodio 21, titulado ‘Home away from
home’ (el hogar lejos del hogar, llamado en España ‘La gran aventura de Koromon en Tokyo’, en fin), es una consecuencia
directa de un vórtice formado en uno de los combates más importantes de la
serie. En el, el niño protagonista Tai y su compañero Agumon —en ese momento
MetalGreymon— se ven transportados a otro lugar.
Al despertar se dan cuenta de
que están de vuelta en el mundo real, en el mismo barrio donde solía vivir
antes de que toda aquella extraña aventura tuviera lugar. Estamos de nuevo en
el primero de agosto de 1999.
El
propio espectador sabe que algo ha cambiado además de la animación, que ahora
tiene un tono pálido y casi sólo utiliza colores planos para expresar su
mensaje (por primera vez en la serie, la animación también nos está contando
algo). El tono del episodio 21 es pausado, lento y algo tétrico.
Tai vuelve a
casa y se da cuenta de que el tiempo no ha pasado, todo parece una fantasía, si
no fuera porque Koromon sigue a su lado. Pronto suenan las primeras notas del
bolero de Ravel y la magia da sus primeros pasos.
Mientras
Tai y Koromon tratan de asimilar toda esta extraña paradoja, entra en escena
Kari, la hermana pequeña de Tai, que, al igual que en el uno de agosto original,
no está en el campamento de verano porque está enferma.
Tai se da cuenta de lo
bueno que es estar de nuevo en casa sin que te persigan monstruos gigantes.
Entre comer, hacer un par de gracias y ver que el mundo real sufre
apariciones/espejismos Digimon que causan cambios climáticos, Tai recibe un
extraño mensaje de uno de sus amigos desde el mundo digital, que sólo sirve
para aumentar la sensación de desconcierto y turbiedad general del episodio.
Es
aquí, cuando el episodio toma presencia y conciencia propia al introducir el
dilema del héroe: Tai podría quedarse tan a gusto en su casa cuidando de su
hermana o podría no olvidar esa sensación pujante de que sus amigos están en
peligro y volver para salvarlos.
Cuando
el debate interno está a punto de aplastar a nuestro protagonista, el alivio de
acción viene a salvar al espectador infante de tanto análisis crítico. Los
digi-espejismos aparecen en el barrio de Tai como si de los fantasmas de
Ebenezer Scrooge se tratasen. Koromon decide que su amigo no lo está pasando lo
suficiente mal, declarando que él siente que debería irse, que la intervención
y presencia de Digimon en ese mundo no es lo correcto.
Para colmo, uno de los
espejismos decide tomar mayor cuerpo y declararles la guerra. El fantasma de
Ogremon no es otra cosa más que una metáfora, la llamada del deber y la
representación del mundo Digimon en forma de amenaza.
Estalla la batalla,
Koromon Digievoluciona, Agumon derrota a su enemigo metafórico y un portal
surge en el cielo para comenzar a absorber al mejor amigo de Tai, quien comprende
que pese a lo mucho que desea cuidar de su hermana, en el fondo no tiene
elección. Tiene que volver al mundo digital y resolver sus asuntos pendientes.
El portal se cierra en el aire y Kari se queda sola.
El
episodio 21, dirigido por Mamoru Hosada (director a su vez de la película de
Digimon, ‘Summer Wars’, ‘La chica que
saltaba a través del tiempo’ y ‘El
niño y la bestia’ ) aporta a una serie pequeña una amplitud de miras
inesperada, invitando al público más joven a una muy interesante reflexión, que
desembocará en un emotivo desenlace. Cabe destacar a su vez el gran trabajo en
la dirección artística; entre la música y la gama de colores elegida para representar
esta sensación de dejà vu, estamos ante un placer culpable —de culto— con una
calidad que seguramente no sea intencional.
De seguro, la sensación de fantasía,
mezclada con el debate interno corona un episodio, que rescata esa subtrama de
misterio de la serie, que sin llegar al final a nada, parecía contarnos otra
historia más profunda sobre el mundo digital. Al final, esa idea se pierde en
el viento y a los que este episodio cautivó —y cautiva— sólo nos queda
elucubrar y fantasear sobre teorías imposibles escuchando el bolero de Ravel en
bucle de fondo.
NOTA: 8,6
Jorge Tomillo Soto-Jove
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