—Cojo y sin ritmo Allen—
Con
una cartelera huérfana tanto de estrenos importantes como de grandes
blockbusters, que se repita la cita anual con Woody Allen en las salas de cine
es un alivio imprescindible ante tanta morralla.
Junto
con ‘Magia a la luz de la luna’ e ‘Irrational Man’ parece que ‘Café Society’ fuera la última entrega de
una trilogía donde exponer la delicadeza y los vicios de una sociedad enfocada
desde un punto de partida de belleza y glamour, fuesen el único propósito de la
misma. Con ‘Café Society’ volvemos a
tener esa belleza casi plástica, con esas luces acarameladas de atardeceres
perpetuos, sólo que esta vez contamos con un injustificado Woody Allen como
narrador. Es como si esta película fuese una invitación del propio Allen para
estar presentes en “lo nuevo de Woody Allen”, aunque esta vez con mayor pena
que gloria.
La
premisa de ‘Café Society’ es
embelesar a la audiencia sumiéndola en la industria del cine de los años treinta
desde una perspectiva romántica y algo ácida, como si trasladar al público
actual a los buenos recuerdos que tienen los que vivieron esa época —que no a
la época en sí— fuera posible.
Empezamos nuestra historia posándonos sobre los
hombros de Steve Carell —en sustitución de Bruce Willis, que se rumorea que fue
expulsado del filme por el propio Allen— un afamado representante
hollywoodiense, que pronto se encontrará con su sobrino Bobby, interpretado por
Jesse Eisenberg.
Desde el principio, la estrategia de el joven que sale por
primera vez de casa no funciona con demasiada eficacia, ya que la verdadera
naturaleza del personaje de Bobby, que es encontrar al amor de su vida, no se
muestra como tal de forma clara hasta muy avanzado el filme. Cuando Eisenberg y
Carell se encuentran entra en el tablero de juego la tercera pieza, en torno a
la cual orbitarán las otras dos.
Nada más entrar Kristen Stewart en la
habitación, Bobby se enamorará de ella y no es para nada de extrañar. Kristen
encaja a la perfección, a un nivel estético, con lo que hace, parece y dice su
personaje, pero no se acaba de ver esa fluidez en su interpretación que uno
pudiera esperar de un rol que le sienta tan bien, o puede que sea el propio
registro de la actriz, que por lo visto hasta la fecha tampoco es que sea
arrollador.
Bobby
está enamorado. Esas palabras podrían tanto ser la sinopsis, como el título de
la película, ya que no trataremos otro tema por más que surja la oportunidad
para ello. El problema es que Kristen Stewart está saliendo con otro hombre,
otro hombre mayor casado y muy cercano para Bobby. Bajo esta jugarreta de
escritor pillo nos debatiremos el resto del filme, hasta que entra en escena
—bastante tarde y con poca relevancia— el Café Society, que viene a ser el resultado
final de varios locales de la familia de Bobby. Este chico es un soñador, un
romántico empedernido y un necesitado del matrimonio para sentirse realizado
con su pareja, aunque retratando los años treinta tampoco cabía mucho más por
esperar.
Entre Kristen Stewart y Jesse Eisenberg no hay una química clara; sí
ves que los personajes se gustan y salen juntos y todo, pero no ves ese “algo”
que hace que las películas con un trasfondo romántico valgan la pena. Cabe
destacar que no es toda la culpa de Kristen Stewart, si no más bien de Jesse
Eisenberg, sobre quién cae todo el peso del filme erróneamente.
Cada situación,
cada subtrama se ve apagada por el nerviosismo compulsivo de Eisenberg, que
parece encontrar en la hiperactividad su único registro interpretativo. Uno
podría pensar que sacarse el espinazo de ‘Batman
Vs Superman: El amanecer de la justicia’, sería lo que uno buscaría con
esta película madura y con un director afamado por hacer un tipo de cine algo
más intelectual que la media. Pero no, sin llegar a sobreactuar con todas las
letras de la palabra, Jesse Eisenberg y su conjunto de tics nerviosos son todo
lo que tendremos para caracterizar a un personaje, que a cada segundo se va
llamando menos Bobby y más Woody.
Aunque
‘Magia a la luz de la luna’ no fuera
una gran película, sí que era una historia con un propósito romántico muy
claro, que abordaba los límites de las relaciones de pareja desde un punto de
vista bastante elocuente y con mucho humor de ese que no busca que le aplaudan
los chistes.
En ‘Irrational Man’
abordábamos nuevamente los límites de las relaciones de pareja, de la virilidad
masculina y, sobretodo, la moral de la filosofía. Ambas dos con un enfoque muy
diferente pero aprovechando los tópicos y lugares comunes favoritos del
director para contar buenas historias. Entonces llega ‘Café Society’ y plantea erráticamente el amor romántico como su
única premisa clara, postergando a los personajes a edulcorarse mutuamente sin
ningún tipo de rumbo más allá de lo puramente estético.
Si de algo adolece esta
película además de su falta de casi completo interés, es de no tener un propósito claro más allá de
lo estrictamente evidente, ya que cuando necesita una re-lectura fuera del
guión, la busca en un protagonista que tiene un nivel interpretativo parecido a
un espantapájaros: que tan pronto tiene un mal día como está hasta las cejas de
cafeína y otras cosas más fuertes.
Uno llega a pensar que a Woody Allen le
gusta demasiado ese personaje vehementemente hiperactivo suyo, que siente la
necesidad imperante de encajar y aceptarse a sí mismo mediante la realización
en otros y todos los complejos en torno al amor que eso conlleva. Sin
olvidarnos del cojo y nada bien ejecutado final —otra vez más culpa de
Eisenberg que de los demás— con el que mal cierra toda la trama.
‘Café Society’ es una película que, de no
ser pos su increíble fotografía —algo edulcorada— se podría considerar un
telefilm genérico con ínfulas del trabajo de otros, siendo en este caso
“otros”, el propio Woody Allen, que necesita con urgencia que alguien le vuelva
a sacar punta a ese —antes— afilado humor suyo.
NOTA: 6,5
Jorge Tomillo Soto-Jove
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