—Cuando la fuerza no acompaña—
Esta
semana he acudido al primer pase del estreno de ‘Star Wars: Rogue One’ en VOSE, y la verdad es que lo más
entretenido que me ha pasado ha sido ver a las azafatas del cine guiando a los
espectadores —algunos con cosplay— a sus asientos a golpe de sable de luz, o casi.
‘Star Wars: Rogue One’ es la mejor
definición del cine en 2016. Se trata de uno de los estrenos más esperados;
mitad merito propio, mitad abrasiva campaña publicitaria y, con tanto bombo y
expectación, era inevitable acudir a la cita con cierta ilusión quinceañera.
Esto se comprende si meditamos sobre el factor de que ‘Star Wars: Rogue One’ es la primera película hecha de Star Wars
—tras el carpetazo final de Disney al universo expandido— sin ser un episodio
de la saga.
Todo un mundo de oportunidades y creatividad se abre ante nuestros
ojos cuando saboreamos el subtítulo del filme “una historia de Star Wars” y
ahí, es como de costumbre —y sin créditos en cascada, esta vez— inicia la
clásica apertura espacial de toda película de la franquicia.
Aterrizamos
en un planeta volcánico que aún tiene cabida para algo de cultivo, y pronto
daremos con Mads Mikkelsen —a quién, de nuevo, es un placer ver en la gran pantalla,
tras ‘Doctor Strange’— el ejército
imperial ha venido para recordarle amablemente que el proyecto de la estrella
de la muerte aún está inacabado y que van a necesitar de su sabiduría, quiera o
no, para acabar el trabajo. Luces de colores después, todo se ha ido al traste
y vamos directos a la actualidad, donde la historia adoptará como protagonista
a Jyn Erso, la hija del personaje de Mikkelsen, interpretada por Felicity Jones. Junto a ella la irán acompañando,
mientras segmentan la línea argumental y el tiempo en pantalla, varios personajes
que iremos descubriendo con tedio y sopor durante la primera hora de metraje.
No
sabemos si esto se debe a la velocidad con la que Disney produce esta suerte de
comida rápida convertida en complemento de la saga Star Wars —que nunca fue más
allá del género del blockbuster, si a calidad cinematográfica nos referimos—, o
es realmente un problema que va más allá.
Al igual que pasaba con el episodio
VII, la primera hora de ‘Star Wars: Rogue
One’ se estrella constantemente construyendo a unos personajes que luego no
van a funcionar mucho más allá de lo que su aspecto transmite. El ritmo de la
primera parte de este filme, que podríamos decir que es hasta que el conflicto
toma forma para la heroína Jyn Erso, habremos visto cientos de guiños a las
viejas películas, criaturas conocidas y nuevas, y un montón de localizaciones que no habíamos visto hasta ahora, así como algún pequeño nuevo detalle sobre la propia mitología de la
saga.
Pero ya está, hasta ahí llega la apuesta creativa con Rogue One. Este
planteamiento extremadamente conservador es lo que ha hecho que me pasase esa
primera hora mirando el reloj o a ver si Mads Mikkelsen volvía a salir otro
poco, para alegrarme la tarde, pero no hubo suerte.
No
es que ‘Star Wars: Rogue One’ sea una
mala película, es correcta y funcional, pero hace casi ya 40 años, nos contaron
el mayor pufo de los guiones en el campo del cine comercial. Una mega nave mata
planetas, se veía reducida a cenizas por un tiro preciso de Luke Skywalker,
sumiendo la imponente —y corta— leyenda de la estrella de la muerte en el más
absoluto ridículo y patetismo.
Pues bien, para saber de la localización de ese
punto crítico, el propio episodio IV, o Star Wars Una nueva esperanza, nos
informó con pesar de lo complicado que había sido para el bando rebelde el
conseguir los planos de la estrella de la muerte y averiguar esa debilidad. Ese
es el problema de ‘Star Wars: Rogue One’,
que no hay lugar para la sorpresa, esta historia sobre cómo se consiguieron los
planos de la estrella de la muerte, no es ya que sea de planteamiento conservador,
es que ha ido a lo fácil, con referencias baratas y cero sutilezas, dejando
poco o ningún lugar para que el espectador dude un solo segundo de cómo va a
acabar esta pequeña aventura. Y lo peor, es que, tú mismo te haces tus pequeñas
apuestas mentales sobre éste o aquel ¡y aciertas! ¡en todo!
Al
menos pasada la primera hora y —con suma dificultad— sentadas las bases de la
historia y el conflicto central, la película comienza a funcionar aunque sea
para los últimos cincuenta minutos, pero al menos esos minutos tienen un ritmo
trepidante y hacen honor a la división y género en la que juegan sobradamente.
Lo malo es que luego tenemos que ser consecuentes con lo planteado y recordamos
que todo esto ya se veía venir y que poco ha sembrado Rogue One. Lo cierto, y
más triste de todo, es que si ‘Star Wars:
Rogue One’ nunca se hubiera contado —para justificar un vacío de guión
ridículo con casi cuarenta años de antigüedad—, si suprimiéramos todo el
metraje, nadie lo notaría.
Algo
positivo sacamos de todo esto. Al menos el tratamiento fotográfico del color es
una delicia, y los efectos especiales lucen mejor que nunca, —dando más de una
lección al cine de superhéroes—. El guión por otra parte, aunque sea bobo y
torpe, acaba resultando funcional y salva los restos con una dignidad que casi
hace parecer a su primera mitad como necesaria, pero claro, casi.
‘Star Wars: Rogue One’ es una película
que está destinada a ser un éxito de taquilla, una cosa mediocre en crítica y
una excusa perfecta para aumentar las ventas de juguetes, y merchandising en
general, hasta limites insospechados.
Lo malo es pensar en la relectura fresca
y original de la historia que podían haber aportado si no se hubiesen acomodado
a lo fácil, lo evidente y lo meramente accesorio. Esperemos que la siguiente
historia de Star Wars deje alguna marca palpable y no una completa indiferencia
en el conjunto cinematográfico de la saga.
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