—Memorias de nuestros padres—
Esta crítica contenía, contiene y contendrá spoilers.
A
finales del año pasado estuve cerca de hacer el “ciclo Amy Adams”: había dos
películas suyas en cartelera simultáneamente —‘La llegada’ y ‘Animales
Nocturnos’— y yo quería verlas el mismo día. No pudo ser y me decanté por
la película de Tom Ford, que, aunque pasara desapercibida para el público por
defecto, para mí fue uno de los mayores aciertos de la temporada.
Sumado a que
‘La llegada’ estaba siendo uno de los
hits de taquilla del momento y que muchas revistas de cine estaban obsesionadas
con darle todo tipo de —inmerecida— promoción, la elección fue fácil. Además,
con ese descarte ganaba un comodín para cuando no supiera que más ver; entonces
tendría la posibilidad de disfrutar de “ese éxito”, pero nada más lejos de la
verdad.
‘La llegada’ es otra película en la que
Amy Adams, pese a estar mucho más que correcta, no termina de florecer del todo,
y supone el regreso de Jeremy Renner al cine de verdad. Es ese porcentaje que
el cine comercial y con pretensiones artísticas se permite un par de veces al
año.
Se trata de una película de ciencia ficción muy bien escrita —en parte—
que tratará el tema alienígena desde un punto de vista inteligente y creíble,
con sus vacíos, sí, pero con mucha más coherencia que taras, al menos en lo que
a los aliens concierne.
Amy
Adams será contratada para suplir la baja del mejorísmo americano en el filme.
De nuevo el ejército de EEUU buscará al mejor de todo el mundo en su campo para
que salve el planeta, en este caso concreto a una lingüista. Esta mujer vivirá
atormentada por las visiones de su pasado: cómo su hija nace, crece felizmente
unos años y muere de una enfermedad imparable.
Al filme no le da tiempo a
contarnos mucho más, pues pronto ocurre la llegada. “Ellos” llegan a nuestro
planeta y Villenueve —director del filme— acertará a la hora de plantear el
enfoque alienígena como ya hiciera M. Night Shyamalan en la polémica ‘Señales’. El tratamiento de presentar a
los alienígenas hacia el espectador de una forma tan aséptica hace que, cuando
veamos en un fondo difuminado un trocito de su nave, queramos mucho más casi
con ansiedad. Observaremos a los actores reaccionar, oiremos la acción, pero no
veremos qué ocurre. No, hasta crear la máxima tensión posible para al final, pero
sí revelando al espectador lo que ocurre.
El
problema se plantea muy temprano y es bien sencillo: doce naves de origen
desconocido y de las cuales no comprendemos ni podemos intuir nada, se han
instalado en distintos puntos del planeta y no hacen nada, sólo están ahí
esperándonos. Esa postura de no violencia directa generará el conflicto. Será en
ese momento cuando la humanidad, extrañada al no ver su propia naturaleza en
seres que inmediatamente considera superiores por el mero hecho de estar ahí
plantados, decide —poco a poco y a lo largo del filme— que lo mejor es
exterminar a ese cuerpo extraño, para así poder volver todos a nuestras
rutinas.
Cuando
se va gestando la semilla de la guerra intergaláctica, EEUU lanza una
estrategia que me cuesta creer que pudiera llegar a ocurrir en la realidad:
mandan a un equipo de científicos para estudiar la nave y tratar de establecer
contacto, descifrando su idioma, para saber cuál es su propósito en todo esto.
Esta
primera parte del filme es muy muy hábil, y está tratada de una forma muy
inteligente y rentable. Con un par de trucos de cámara y un magnífico ritmo de
dirección, ‘La llegada’ convertirá a
un puñado de actores y a unos efectos digitales muy lejos de la vanguardia —por
decirlo de una forma amable— en un misterio seductor que atrapará con rapidez
al espectador, quiera o no.
Para colmo, el tratamiento de la historia, una vez
asumido el comportamiento de EEUU como creíble, sobre cómo plantea los primeros
pasos de la comunicación entre especies fluye con facilidad y resulta muy
creíble. En estos momentos de la película, el espectador quiere que esta
sensación de interés y fascinación dure para siempre, pero no todo lo bonito
puede durar.
Cuando
el conflicto está a punto de estallar a nivel internacional e intergaláctico,
la película nos va dejando caer su propia realidad y es justo cómo decían en ‘El truco final’: no queremos saber la
verdad de un truco de magia, “lo que queremos es que nos engañen”. ‘La llegada’ nos va a vender que todos
los recuerdos que invadían la mente de Amy Adams sobre su hija nunca han pasado
porque no son recuerdos, son visiones de futuro. Amy ha estado viendo todo el
rato el futuro y, por extravagante que suene, hasta aquí uno puede tragar y
decirse a sí mismo: “va, venga, me lo creo”.
Se traga la bola y sigue como si
nada hubiera pasado, pero entonces el filme decide jugar sucio, tirar el guión
por la borda y crear esa sensación de pérdida de tiempo en el espectador.
Gracias la recién implantada idea de las visiones de futuro, ‘La llegada’ resolverá todos los
problemas del filme con el deus ex machina más cutre de todos, que además es un bucle insostenible. En esta visión
salvadora, ella hablará con el líder de China, que deseaba conocerla
personalmente a fin de agradecerle que un día lo llamase por teléfono para contarle
las últimas palabras que le dijo su mujer antes de morir.
Con lo cual el filme
está confesando que, dándole esta llave mágica para la rendición de China y sus
aliados, no tenía ni la más remota idea de cómo solventar todo lo planteado y
que, antes de darle una solución inteligente, prefiere convocar a un poder
superior irrefutable —y sin base real— que les solucione la papeleta. Lo triste es que ‘La llegada’ no puede negar que necesita
este cutre bucle arruinapelículas, ya que sin él nunca habría encontrado una
solución a sus problemas y se hubiera encharcado en un pantano de excusas y
parches sin fin al estilo ‘Lost’, que
bastante tuvieron con salvar algunos trastos en ese terrible naufragio, a todos
los niveles.
A este filme le ocurre una etapa anterior, pero su solución no es
mejor, aunque sí mucho más evidente y cutre, tanto como para arruinar toda la
buena experiencia sembrada hasta entonces. ‘La
llegada’ es, en definitiva, una tremenda pérdida de tiempo adornada con
música bonita para que cuele. Y no cuela. Eso es lo más triste de todo.
NOTA: 4,6
Jorge Tomillo Soto-Jove
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