—Rancio fanatismo—
Después
de ‘Moonlight’ llega ‘Hasta el último Hombre’ -‘Hacksaw Ridge’, en versión original-
para continuar con esta venida a menos carrera por los Óscar. La película
dirigida por Mel Gibson es una de esas multinominadas que tanto abundan en este
tipo de ceremonias. Aunque, en este caso, ‘Hasta
el último Hombre’ debería verse relegada a lo que es: la película que está
para hacer que las demás nominadas tengan mejor pinta cuando ganen todos los
premios. En su lugar no habría estado de más que Hollywood se sacase su
espinita con Scorsese y hubiera dejado a Mel Gibson donde mejor estaba, en el
olvido cinematográfico.
Durante
todo el metraje del filme, no he podido dejar de imaginarme sentado en la silla
de director al protagonista de ‘Braveheart’.
‘Hasta el último Hombre’ es una
película sobre una batalla muy concreta dentro de la Segunda Guerra Mundial y
Mel Gibson no pensaba desaprovechar su oportunidad con ella. Al igual que con
su interpretación en ‘Braveheart’,
aquí nos toparemos constantemente y sin cuidado, pudor o vergüenza alguna, con
el más rancio de los heroísmos sensibleros, forzados y rebuscados, sazonado con
un injustificado victimismo acompañado por música grandilocuente y triste de
fondo. ¿Para qué hacer una película bélica que se limitase a exponer la
historia, pudiendo ser juez y jurado dentro del conflicto? Lo que Mel Gibson ha
hecho, contaminando esta historia con ese heroísmo rancio y victimista, es tan
ofensivo y palpable que la película se convierte constantemente en una
autoparodia, tanto de sí misma, como del género bélico.
Y no es de esas
parodias ácidas de las que el buen lado de EEUU puede ofrecer una lectura
crítica y humanista, no; aquí estamos ante el espíritu de la infame ‘Pearl Harbor’ sólo que multiplicado por
cincuenta. Al menos allí, además de condenar a cualquiera que no fuera
“genuinamente americano”, vilipendiaban —a favor del público y su
entretenimiento— todo el belicismo en beneficio de una pobre historia
romántica, dejando el conflicto real a la altura del betún.
Y sí, eso es algo
bueno, al menos comparado con ‘Hasta el
último Hombre’, donde además de forzar la figura de los héroes hasta que
resulten vomitivos y lánguidos espectros de lo que pudieron ser, se asienta el
más absurdo gusto por la violencia gratuita y las salidas de tono de todo tipo.
Es como si Mel Gibson decidiera colar una extravagancia entre tanto drama
esperando que nadie vaya a percatarse. Imposible no darse cuenta de estupideces
henchidas de grandilocuencia, como usar medio cadáver de parapeto o jugar a
palmear y chutar granadas sin mayor consecuencia, entre otras.
¿De
qué va esta película? Pues va de un hombre y su objeción de conciencia. Desmond
Doss, interpretado por Andrew Garfield —quien tan pronto parece tener problemas
locomotrices como merecerse realmente esta nominación a mejor actor—, es un
hombre de esos que gustan tanto al imaginario americano, un creyente que
necesita participar en la guerra para no sentir que otros están luchando
mientras él vive una vida cómoda. Hasta ahí bien, pero Desmond decide que va a
participar en la guerra sin tocar siquiera un arma, y es ahí donde el filme atraviesa
sus mejores momentos: en el campamento base y juzgando a Desmond, antes de que
la bomba de victimismo y ranciedad lo sepulte todo.
Esa parte, que incluso se
permite algún momento de debate con el espectador, es bastante interesante aún
con la pujante necesidad de Mel Gibson de plasmar el dramatismo de la guerra de
forma constante e incesante. ¿Que amanece? Pues el drama de la guerra ¿Que un
soldado se cambia de ropa? Pues el drama de la guerra y miles de intentos
lagrimeros y facilones de sembrar esa constante durante lo poco de interés
destacable. Incluso en los momentos buenos del guión, la sombra de Mel Gibson
es demasiado poderosa y avariciosa.
El
problema no es sólo cómo se enfoca un conflicto bélico, describiendo al enemigo
casi como bestias sin raciocinio que sólo desean el mal a los pobres y
desdichados héroes aliados —cof cof ‘Pearl
Harbor’ cof—. El verdadero problema es utilizar un conflicto bélico tan
terrible como la WWII para malmeter un mensaje puramente religioso. El núcleo
de ‘Hasta el último Hombre’ es el
cristianismo más fanático e irracional, que manda mensajes muy peligrosos y malinterpretables
a futuras generaciones de niños bien que, en su irracional patriotismo y
distorsionada imagen del mundo, se apunten al ejército o a cualquier campaña o
empresa y se confíen a la voluntad y designio de dios. Un dios que responderá a
la llamada de los creyentes sin importar cuán duro sea el problema que
enfrentemos: si nuestra fuerza y fe no flaquean, seremos recompensados.
Todo
esto lo dice alto y claro este filme, y es tan peligroso como ofensivo, pues
sienta un precedente para que los fanatismos cobren fuerza y sean una realidad
en un país que ahora necesita más cordura que nunca. Y, encima, al final de la
película, aparecen entrevistas con los hombres que participaron en esta masacre
agradeciendo a Desmond Doss por todo lo que hizo, mientras Desmond agradece
todo lo que hizo a dios todopoderoso. Vomitivo.
No digo que haya una fe
correcta y otra incorrecta -cada uno que crea en lo que quiera- pero lo que no
me gusta es que Mel Gibson venga a venderme un mensaje de fanático irracional y
encima se permita licencias rayando en la prepotencia, como cambiar el clásico “basado
en una historia real” por el autoritario “una historia real”. Esa diferencia
define el tono de este drama, con efectos especiales pésimos, peor gusto e
inconsciente de la parodia que supone de sí misma.
Lo que más define a “de
dónde sale todo esto” es el hecho de que haya sido nominada a seis premios de
la Academia, de los cuales puede que sólo valga el de Andrew Garfield y
únicamente como nominación, una especie de recompensa por una actuación digna
pero alejada de opciones reales de ganar. O sea, el clásico “siga intentándolo”
de la Academia. Más allá de esa nominación, poca credibilidad, algo de
histrionismo y la presencia innegable y constante de Mel Gibson.
Nota: 3,2
Jorge Tomillo Soto-Jove
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