—El absurdo diamante en bruto—
Para
mi ‘Breaking Bad’ siempre ha sido el
mayor referente cuando pienso en términos de calidad, tanto narrativa, como
visual y en muchas ocasiones también a nivel actoral —al menos en lo que a la
televisión y a parte del cine se refiere—, por lo que hacer una crítica
completa de la serie es algo a lo que no estoy seguro de poder llegar nunca por
miedo a no poder ser imparcial y a no abarcar todo su espectro. Pero he tenido
otro de esos momentos íntimos que ofrece la serie, al volver a ver el capítulo
diez de la tercera temporada, de modo que aquí estoy, dispuesto a meterme de
lleno en su análisis.
Uno
de los valores que hacen que me guste este tipo de series, es que no recurren a
la tosca y repetitiva utilización del episodio auto conclusivo como premisa
central. En esta corriente de series, la linealidad argumental, que
construye despacio pero segura, es un factor de interés totalmente decisivo.
Para analizar la mosca, hay que recoger el peso de lo andado hasta ahora en ‘Breaking Bad’, por ello advierto que en
este análisis no habrá spoilers futuros, pero sí de todo el recorrido hasta
ahora.
Lo
primero que vamos a ver nada más comenzar este episodio es al elemento central
del mismo, la mosca, posada en el techo de la habitación de Walter White. Al
principio parecerá otra "rareza más" de ‘Breaking
Bad’ , uno de esos tantos detalles extraños que se permite la serie y que
tanto pueden llegar a decir; aunque aquí y ahora, no es más que la invitación
al cuarto oscuro del propio Walt —y de Jesse—, quién aún arrastra la sombra de sus
decisiones.
Sumido en una reflexión interna, nuestro protagonista se dirigirá, como viene haciendo últimamente, a trabajar en el laboratorio y, con dudas
internas o no, lo hará como todos los días. Tras una larga jornada cocinando
metanfetamina para Gus Fring, Walt y Jesse se despiden cuando este segundo
decide que ya ha sido suficiente por el día y que se marcha a casa. En ese
instante, mientras Walt revisa sus papeles, ve en ellos a su nueva pesadilla reflejo de sí mismo, tanto de su poder como de sus limitaciones; ahí entra la
mosca.
La
noche pasa con un frustrante combate entre la mosca, Walter White y el propio
laboratorio, que hará las veces de carrera contra reloj para nuestros
personajes, pues si no consiguen acabar el pedido de turno, sus vidas empezarán
a verse en peligro de nuevo. De ahí surge la obsesión que lleva a Walt por enfrascarse en una batalla a muerte contra la portentosa mosca, pero sus
esfuerzos serán en vano; Walter White no está destinado a matar a la mosca,
simplemente tendrá que padecer sus propios miedos mediante la
irritación expositiva que la mosca supondrá para él.
Entre tanta batalla
titánica, vemos cómo Jesse vuelve a la mañana siguiente y como, también para él,
todo lo acontecido hasta ahora va pesando demasiado. La sombra de Jane está
demasiado presente en las vidas de los personajes, y ese hecho va a forjar una
complicada y sucia relación en el desarrollo de este episodio.
Jesse
consigue entrar en el laboratorio, aunque la paranoia en la que Walt se
encuentra sumido parece copar toda la sala. Hay una contaminación, el lote de
producto peligra y hay que exterminarla. Jesse no se cree lo que oye, y, dentro
de su ingenuo respeto hacia su mentor, teme que en el laboratorio se encuentren
expuestos a un brote de ebola o alguna gran amenaza química.
Pronto Walt
confiesa, a pesar de lo que pueda parecer, que la amenaza de contaminación es
una mosca, una mosca común y corriente, que le ha hecho pasar toda la noche en
vela luchando contra ella y, lo sepa aún o no, contra sus propios demonios.
Pero Walter White, antes que químico y mafioso, es un ególatra, de ahí que
sacarse a la mosca de encima, para no tener que sumirse en sus pensamientos y
tormentos, le resulte tan urgente.
A
partir de este momento es cuando el episodio comienza de verdad, las piezas ya
se han asentado en el tablero y al espectador le queda por delante una
reflexión forzosa sobre la propia naturaleza de la serie, de sus personajes y
de su futuro. Llega un punto en el que Jesse, cansado de tanta majadería decide
poner somníferos en el café de Walt, para así poder trabajar en paz, pero la
mosca no va a cejar en su necesidad de atormentarlos, así que ambos se emplean,
con todo lo que tienen en destruirla.
A
priori puede parecer que la premisa de este episodio es una completa perdida de
tiempo, pero es justo lo contrario. ‘Breaking
Bad’ decide parar las rotativas y tomarse su tiempo para dar un nuevo y
permisivo vistazo a sus personajes principales. La mosca es una excusa, una provocación deliberada. El dúo dinámico, ante una
situación de tiempo parado entrelazará sus contrastadas personalidades poco a
poco mediante el recurso del diálogo únicamente —eso y el derroche de talento
de sus actores—.
Mediante esta mirada introspectiva y tan contrastada, ‘Breaking Bad’ volverá a sacar los colores a sus
personajes y la relación que hay entre ambos. Walt, con el colocón de los
somníferos, irá perdiendo auto control en favor de una intención efímera de
confesarle a Jesse que fue él quién provocó la muerte de Jane. El ingenuo Jesse
llegará a decir que Walt no tuvo culpa ninguna mientras este se duerme, al
borde de confesar su crimen, acaba matando a la mosca con un papel de periódico
enrrollado. Para cuando Jesse quiere presumir de su logro, Walt ya está dormido.
Nosotros hemos presenciado cómo no avanzar la trama a favor de que los
personajes puedan sacar a colación su yo interno. Mediante la tremenda narrativa, y la
siempre presente fotografía de la serie, han llevado a la historia, los
personajes y al espectador al límite de sí mismos. En un episodio en el que “no
pasa nada” la serie ha estado a punto de derrumbarse hacia el más fatal de los
dramas, y he ahí el mérito final de la mosca, que supone un vistazo, lento y
bien desarrollado, al núcleo mismo de la serie, sus personajes y la relación que
se va estableciendo entre ellos.
Para
acabar, la mosca se permitirá un último golpecito de ironía y una nueva
oportunidad de debate interno cuando, tras esa gran batalla, Walt se encuentra
dormido en su cama y es despertado por la mosca del techo de su casa. Supone un
cierre circular perfecto para un magnífico episodio expositivo y reflexivo
sobre la propia esencia de la serie, que demuestra que tomarse un tiempo para
dar a sus personajes más identidad aún, si se hace con calidad, es un mérito para
la serie y una delicia para el espectador-fan.
Nota: 8,6
Jorge Tomillo Soto-Jove
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