—Pequeña crisis existencial de la Pocahontas del mar—
Poco
quedaba para que de comienzo la gala de los Óscar de este año, y como sabía
que no me iba a dar tiempo a analizarlas todas antes de la ceremonia, elegí mi última parada en la ruta para saldar una deuda pendiente. Mejor tarde que
nunca, aquí llega ‘Moana’.
Antes
de nada, el paso más desagradable, comparemos a ‘Moana’ con ‘Frozen’. Seré
rápido y conciso; aunque ‘Moana’ no
es un engranaje tan bien engrasado como ‘Frozen’,
pues tiene un par de baches de ritmo y narrativa que Elsa y Ana no tenían, su
historia es mucho más coherente y justa con sus personajes. Casi no parece una
película Disney, casi. ¿Qué película es mejor? No sabría elegir, cuando pienso
que ‘Moana’, luego pienso que ‘Frozen’, pero, aunque me gusten más los
personajes de ‘Frozen’, el mensaje de
‘Moana’ suena más alto, más claro y
mejor.
Bien,
con ese peso fuera, pasemos a analizarla. ‘Moana’
puede parecer el relato sobre una lucha entre dioses y semidioses, o una fábula
de fácil digestión sobre la comunión de nuestra especie con la naturaleza, pero
ese es el lado cinéfilo starter pack que quedaría tan bien poner en trescientas
palabras, o menos, en nuestro tablón de Facebook. No estamos aquí para eso.
Lo
que pide ‘Moana’ a gritos es que
reconozcamos y celebremos a gritos lo autoconsciente que es de sí misma ¿De
qué? ¿De quién? De Moana, de ser una peli Disney ¡De Moana! La historia, tras
asentar las bases de su mitología rápidamente y con gracia, nos traslada
directos hacia la protagonista de esta historia. Ahora es sólo una niña y no
entiende las decisiones que está tomando todo el mundo por ella. Ya sean sus
padres o el propio océano, pero están tratando de decidir por ella, y lo más
injusto es que aún es demasiado joven para darse cuenta.
El tiempo pasa y las
canciones llegan; y la verdad, muy mal lo tendrían que haber hecho a partir de
este punto con todo para fastidiarla. Ya sea la historia o las canciones, todo
su entramado tendría que haber sido penoso para echar abajo su increíble
apartado técnico y visual, que tan bien se entiende con ese humor universal y
esa forma de caracterizar personajes de Disney.
Todo luce mejor que nunca y
pocas veces me han dado tantas ganas de comprarme un blu-ray, es más puede que
sea la primera. El caso es que a medida que va creciendo, Moana no puede negar
los sentimientos brotan de su corazón, negarse a sí misma que se muere por
saber qué habrá más allá de los límites que le han impuesto por convicciones
ajenas sería imposible para ella. Ya no es ninguna niña, y aunque aún le quede
bastante ingenuidad dentro se arrancará hacia el mar con todo su espíritu, pero
poco tarda en acabar derrotada por una tormenta en una extraña isla.
Si
algo sabemos de Disney, además de cuánto suelen disfrutar instaurando traumas
en sus personajes y en sus espectadores, es cuánto necesitan sus películas de
ese personaje que introduzca el alivio cómico a bocanadas mentoladas en el
filme. Aquí es donde llega Maui, el tipo que me ha hecho ver la película en
versión original.
No lo voy a negar, una de las razones de peso para ver ‘Moana’ fue que soy fan de la lucha libre
americana y ver a The Rock involucrado despertó gran parte de mi interés, pero
mi sorpresa se multiplicó por diez cuando vi con agrado que esta no era otra
típica peli sobre cómo una chica con buenas intenciones acaba dependiendo de el
hombre de turno para solucionar el problema. En muchos momentos todo apunta a
ello, Disney sigue siendo Disney, pero acaba salvando ese obstáculo de una
forma gloriosa visualmente y algo errática a nivel narrativo, sobretodo en
cuanto a lo que a Maui se refiere, pero no, no habrá spoilers.
Cómo
era de esperar Maui es el contraste literal a Moana, para que los dos
personajes que tienen que sustentar el filme consigan ese equilibrio que saque
chispa de cada situación, y no, no me refiero a algo romántico. En ‘Moana’ las cosas no se tiñen de rosa y
en el horizonte de prioridades de esta chica no hay un anillo, si no salvar a
su familia. Pero para que Moana sepa cómo salvar a su familia, primero deberá
descubrir que tiene que tomar sus propias decisiones, al margen de influencias
externas, para averiguar así su propio lugar en su familia y su mundo.
De
mientras, y para que esto no se convierta en algo existencialista, Disney nos
libre, Maui romperá el hielo brutalmente. Lo más interesante de este personaje
es que es una línea narrativa en sí mismo. Sus tatuajes van a ir contando
historias siendo flashbacks por su cuenta, sin la necesidad de cortar y,
rompiendo el ritmo, llevar de la manita al espectador, dictándole lo que tiene
que entender de la situación, en una única y recta vía. Lo malo de Maui es que
no acaba de tener un sentido final en la historia más allá de la comedia o de
la espectacularidad visual.
No quiero una historia existencialista-humanista total, pero sí algo más
tipo la situación de Hércules con el olimpo. Aunque seguramente, para Disney
esto hubiera sido demasiado esfuerzo y centrarse en darle todo el peso y su
apoyo a las protagonistas femeninas —sí, hay más de una por ahí escondida— ya
haya hecho estallar la cabeza a más de uno.
‘Moana’ no es la película de animación de
turno para justificar darle otro Óscar a Disney. ‘Moana’ es una buena historia, sin pretensiones, con una maravilla
de visual, tanto a un nivel plástico, como estético, como de colores. ‘Moana’ es ese diez a nivel artístico,
acompañado de una muy reseñable musicalidad y una historia que va quitando algo
de la gran deuda que tiene toda la industria del cine con las mujeres. Le pese
a quién le pese, una gran película no necesita estar protagonizada por un chico
blanco. Buenas vibraciones, para una película extrañamente —e injustamente—
discreta.
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