—“Es levioooosa, no leviosaaaaaaaaa”—
Hace
un año volví a ver toda la saga Harry Potter. Era la primera vez que veía las
versiones extendidas y se me ocurrió la idea de hacer una crítica de cada una,
después de volver a ver cada película. En el momento me dio una mezcla de
miedo-respeto-pereza-indecisión. Me daba miedo no abarcar y no hacer justicia,
al mismo tiempo que sentía que era demasiado trabajo como para que saliera
bien. Ha pasado el tiempo y me he decidido, así que vamos a analizar ‘Harry Potter y la piedra filosofal’.
Aunque
de algo de miedo decirlo, hace ya dieciséis años del estreno —y veinte de la
novela— de la primera entrega de la franquicia Harry Potter y nunca es un mal
momento para volverlas a ver. Sumergirnos en el mundo mágico de J.K. Rowling
nos hace entender por qué varias generaciones quedaron marcadas y definidas por
su corte y estilo. Con la piedra filosofal estamos ante la primera mitad de las
bases de toda esa historia que tanta gente ama hoy en día. Aunque no ante su
verdadero comienzo en sí, al menos no narrativamente, que no llega hasta su
tercera entrega, pero de ese tema ya hablaremos.
La
mítica escena de Dumbledore y McGonagall en Privet Drive, es la introducción perfecta
a lo que está por venir. Siembra con buena mano el germen que va a florecer
cuando metamos al propio Harry en la ecuación.
Es un truco muy ingenioso que
funciona muy bien en toda estructura de cuento que se precie. Tenemos a Harry,
que, como ha vivido en su alacena tanto tiempo, no tiene consciencia de su
propia importancia, ni de lo que su nombre y apellido pueden causar en la
gente.
Ni si quiera conoce bien sus orígenes. Realmente Harry no sabe mucho de
nada, pero ese factor, ese descubrimiento constante de información, hace que el
bombardeo que es presentar todo eso de golpe resulte satisfactorio. Tanto como
debe ser un concurso de chupitos cada vez que Daniel Radcliffe pestañee a
destiempo. Bromas a parte, resulta encantador volver a escuchar las mismas
historias de inicio.
Todas tienen ese candor y ese halo de magia en torno a
ellas. Si algo es ‘Harry Potter y la
piedra filosofal’, además de un cuento, es una película positiva. Todo son
luces y colores en esta primera entrega. Todo en su historia es reivindicar al
marginado que han hecho los Dursley de Harry. ¿Para qué? Pues para lo mismo que
la escena del vómito de la Snitch está enfocada de cara al espectador, con
Harry mirándote a los ojos, para empatizar con el muchacho.
Todo
giro presente en la trama de ‘Harry Potter
y la piedra filosofal’ funciona bajo la presunción de que el espectador se
sitúa en el papel de Harry, y a esta temprana altura, aún funciona, (ya llegará
en el futuro la sensación de “Lo malo de Harry Potter es que vaya sobre Harry Potter”) porque vemos a un niño
tremendamente maltratado por su familia por ser como es, simplemente.
Ahí es
donde surge el mensaje —que en un futuro confundirá a más de uno— que da a
entender que cada uno somos especiales por ser como somos y nada más. Pero para
mi este mensaje se contrapone constantemente con el siempre presente clasismo
inglés del filme. Este es un punto que encuentro confuso, porque no entiendo
muy bien si es pretendido o es así porque es un reflejo más del espíritu
británico, como su humor tan especial.
No es que me parezca mal que Draco
Malfoy sea clasista; entiendo y me encanta la analogía que es todo el término y
contexto de los sangresucia. Cuando no lo entiendo es cuando es Ron el que es
clasista con Hermione con su “no me extraña que no tenga amigos”.
Supongo que
es simplemente una forma de reflejar las pataletas inconscientes de los niños y
no un ejemplo de clasismo per sé, pero al verlo esta vez no he podido evitar
que me rechine en la cabeza. Así como tampoco he podido pasar por alto a
Hagrid, que bien pensado es un personaje en el que no entiendo cómo confía
nadie. Si tomamos sólo lo que nos dice la piedra filosofal, Hagrid es un tipo
turbio y con dejes violentos que no controla bien, tremendamente amenazador; ya
no sólo por la forma en que lo presentan, que es un giro para relucir luego su
lado bonachón, si no por cómo lo interpreta el actor.
Las primeras escenas de
Robbie Coltrane como Hagrid, me refuerzan a Harry, porque irse con un tipo que
te mira como si te fuera a arrancar la cabeza segundo si y segundo también, —aunque
de su boca salgan palabras amables— demuestra lo desesperado que estaría Harry
por salir de la sombra de sus tíos.
Al
margen de apreciaciones personales, que no valen mucho más que eso, ‘Harry Potter y la piedra filosofal’ es
una buena película para cualquiera; tiene candor, tiene sus colores y toda esa
sensación de descubrimiento y magia. Tiene todos los elementos que te puedan
llevar a perderte en su mundo y además, tiene esa realización que recuerda
tanto a cuando el cine de fantasía se hacia como cine en sí, aspirando a la
función de entretener y no como el cine servicio que es ahora, que aspira
primero a la taquilla y luego ya a entretener.
Sí todas las películas lo hacen,
pero a algunas les asoma más la patita que a otras. Aunque si algo tiene en
consonancia con el cine de ahora ‘Harry
Potter y la piedra filosofal’ es un
villano pobre repleto de CGI. Vale que son las bases, pero Voldemort/Quirrell
aquí es anecdótico en cuanto a relevancia argumental.
Pero
todo lo bueno que pueda tener ‘Harry
Potter y la piedra filosofal’ no funcionaría sin esa magnífica banda
sonora; que no solo cumple una función ambiental, si no narrativa. Si, la peli
funciona para cualquier público y es un producto perfecto para la gente joven
de la casa, que como algunos presentes, pueden crecer viendo las películas y
así identificarse con los valores que plantea según la edad espectador/personaje.
Pero sin la banda sonora no habría esa segunda construcción, ni ese desarrollo,
ni esa doble lectura. La banda sonora es un personaje más, que habla más allá
de la línea visual. En definitiva, esta primera película aporta esa clara toma
de contacto, sin aspirar a ser el referente cultural que fue con el paso de los
años.
Nota:
7
Jorge
Tomillo Soto-Jove
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