—Decepción en Sacramento—
Desde
que se estrenase en noviembre, la crítica de cine internacional volvió a coger
una película por bandera; ‘Lady Bird’.
Tanto es así, que Rotten Tomatoes le dió la puntuación perfecta, un récord que
no había logrado nadie hasta la fecha y que no se ha mantenido. A día de hoy
tiene un 99/100, que estropea el récord amarillista pero sigue resultando
irracional para una página web tan acostumbrada a dar puntos con cuentagotas.
En España tendremos que esperar hasta abril para poder verla en una sala de
cine, pero de mientras aquí está mi crítica.
Desde
que conocí a Susie Salmon, Saoirse Ronan se convirtió en una de esas cosas
personales. Como un rinconcito en mi corazón que no querría compartir con nadie,
pero que al mismo tiempo adoro viendo cómo otros disfrutan. Así que cuando supe
que ‘Lady Bird’ ostentaba ese récord
de crítica, mis expectativas e ilusión se catapultaron hasta el infinito… para
estrellarse contra el duro y crudo pavimento al verla. ¿Merece ‘Lady Bird’ su puntuación y récord
perfecto? Ni por asomo ¿Es tan tan buena película? Ni por asomo.
La
película empieza con lo que debiera ser el conflicto que nutriese el núcleo del
filme y que no lo hace: la tensa relación madre hija. Vemos claramente cómo se
quieren, pero también como en dos segundos pasan a no soportarse. Después el
tono de la conversación se eleva y la hija se tira del coche en marcha. Música
alegre, título de entrada y fin.
Ahí se acaba todo lo que propone la película
en un término de narración estricto. Claro que pasan más cosas, pero nunca se
supera este conflicto. Tampoco se evoluciona, simplemente se deja ahí para
recurrir a él cuando la película necesite sentirse seria. Pero también expone
todas sus limitaciones. Porque la canción animada te invita sumergirte en lo
que te tengan que contar. Es una puerta abierta a una historia, al mismo tiempo
que desvirtúa el concepto.
Porque al dar ese giro, la película te dice que no
es importante, que es un ramalazo de la niña porque, al ser adolescente, es una
idiota. Y es cierto, es una idiota, pero porque no sabe ser de otra forma, está
aprendiendo. Pero ‘Lady Bird’ la
asienta como una idiota el noventa por ciento de la película, y para cuando
trata de presentar su nueva realidad, quedan dos minutos de película o menos.
Lo
que más me ha escamado de verla es que no es una película, es un telefilme. Y
esto no es únicamente por su presupuesto, es por lo conservadora y formal que
es. La narración del filme es tirar minutos alternando plano contra palo y una
cámara casi estática. No hay movimiento. Y me parecería bien si fuese
pretendido, porque cuando realmente hay algo de ritmo es en esa transición a
una edad adulta de Lady Bird, pero nuevamente la propia película decide
solventar eso con rapidez y sin un peso verdadero. Para colmo luego lo trata de
mal cerrar con sensiblería y efectismo.
Que no funcionan por lo mismo, por que
se siente fuera de lugar y apresurado, como si la directora y escritora Greta
Gerwing no tuviera un cierre claro, e insertase apresuradamente lo que debiera
ser un poderoso climax. Pero claro, buscando su filmografía me he encontrado
con que ‘Lady Bird’ figura como
comedia y drama, cuando en realidad no funciona como ninguna de las dos. Vuelvo
a la escena de Saoirse Ronan saltando del coche. Sería un muy buen comienzo
para una comedia, pero luego vamos descubriendo que el personaje de Lady Bird
tiene más lecturas.
Todas ellas interesantes, porque todos hemos pasado por ese
punto en el que todo parece una locura, donde creemos que lo más importante
somos nosotros y lo que nos pase. Todas esas lecturas están ahí, pero pocas
llegan a tener importancia, porque cuando tienen peso, tienen su momento pero
no hay una mirada introspectiva en ellos. Es como si una traca de fuegos
artificiales se quedase a medio recorrido y dejase a todos esperando, dirías:
sí, qué bonita, pero le ha faltado algo.
Únicamente hay una escena así, con
Lady Bird y su madre discutiendo unilateralmente en la cocina, fregando. Esa
semilla queda bien plantada, pero florece irregularmente. Es terriblemente
previsible cómo y cuando lo va a hacer. Y aún así tiene su pequeño efecto,
porque, ya sea de un lado de la barrera o de otro, todos hemos vivido una
historia parecida y son esos recuerdos los que hace que la escena sea emotiva,
no la propia escena en sí. Le falta fuerza propia.
Al
fin y al cabo ¿es culpa mía por esperar demasiado, o es que ‘Lady Bird’ es otro telefilme venido a
más, como ‘Manchester frente al mar’?
Creo que es una mezcla de ambas, y esta es de lejos la vez que menos parcial
estoy siendo. Pero trataré de volver a ver la película, tenga premios de la
academia o no, y si veo ese brillo especial que se me ha pasado por delante, no
me costará sacar otra crítica ridiculizando a esta.
Hasta entonces, ‘Lady Bird’ me ha parecido otra película
costumbrista americana, una versión menor de lo que pretendía fallidamente ‘Boyhood’, por no decir lo lejos que está
de ‘Moonlight’. Pero comparte
espíritu con ambas; está ahí latente, sólo que se dispersa y se pierde. Tiene temas
tremendos para tratar, como el ser una adolescente en una comunidad católica
cristiana o la primera relación sexual… Incluso
los que pasa por encima rozando; como el tocar fondo y la crisis
existencialista, o ese momento íntimo con el niño del hospital o el racismo.
Todos ellos se pierden en retratar la más pura y boba pubertad.
‘Lady Bird’ es esa película donde
veremos cómo una chica tiene una actitud en casa, otra con su mejor amiga y
otra con las chicas cool a las que quisiera parecerse. Pero esa búsqueda
frustrada de la identidad propia, ni está tan bien tratada como el filme cree,
ni tiene el valor suficiente para opacar tanto a los otros temas. De mientras,
nos pasaremos toda la película viendo cómo da bandazos por no saber si ser una
comedia o un drama y al mismo tiempo querer muy fuerte ser ambas, para lograr
una extraña y formal mezcla que no se arriesga lo suficiente por ser ninguna de
ellas.
Nota:
6,5
Jorge
Tomillo Soto-Jove
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