Esta era, sin lugar a
dudas, una de las películas que mas ganas tenía de ver de todo el
año (se estrenó en USA en 2017) y... me he llevado otra decepción.
Tras ver 'La cumbre escarlata' tenía esa sensación tan
agradable que sólo del Toro sabe dejar a veces. Había misterio,
romance, crimen y todo funcionaba tan bien, con esa estética
fantástica. Todo ello acompañado de una banda sonora de lujo y unos motivos visuales espectaculares. Si, había algún punto sin pulir,
ya que parece que Guillermo del Toro es incapaz de contener ese fuego
interno suyo. Y aún así era una película espectacularmente bella.
Todo ello casi había hecho que me olvidara de lo desagradable que
podía llegar a ser 'El laberinto del Fauno', casi.
'La forma del agua'
da comienzo y todo son esos signos tan del director. Esa luz, esas
sombras y esa plasticidad en todo cuanto se ve en cámara. Recrear
monstruos y ambientes con “ese algo mágico” es uno de los puntos
fuertes de Guillermo del Toro. Siempre que el quiera nos pude
sumergir en un viaje sensible, pero con su lado trágico, en el que
siempre hay lugar para un poco de esperanza y un resurgir heroico.
Pero estos motivos tan propios y tan suyos brillan por su ausencia en
esta película. Pasados unos veinte minutos ya me fui dando cuenta de
que algo no funcionaba del todo bien. No había protagonista en el
filme, había falsos protagonistas, todos.
Siempre que la cámara se centra sobre un personaje lo corona protagonista, sin saber darle su tiempo, lugar o camino propio se posiciona en su ruta. Así pues, 'La forma del agua' divide a su reparto entre protagonistas, secundario —la criatura— y terciarios, y la mayor parte del tiempo, la acción se va a desarrollar entre protagonista contra protagonista o protagonista contra terciario. El monstruo es tan irrelevante por momentos que sólo me encajaba como único secundario, por tratarlo de alguna forma, ya que realmente si tiene más importancia que los terciarios, por muy ausente que esté.
Siempre que la cámara se centra sobre un personaje lo corona protagonista, sin saber darle su tiempo, lugar o camino propio se posiciona en su ruta. Así pues, 'La forma del agua' divide a su reparto entre protagonistas, secundario —la criatura— y terciarios, y la mayor parte del tiempo, la acción se va a desarrollar entre protagonista contra protagonista o protagonista contra terciario. El monstruo es tan irrelevante por momentos que sólo me encajaba como único secundario, por tratarlo de alguna forma, ya que realmente si tiene más importancia que los terciarios, por muy ausente que esté.
El
caso es que el director no sabe centrarse en uno concreto para
liderar la película. Así, repartir el protagónico restringe la
trama. Al llevarnos por el camino completo de cada personaje,
destruimos la estructura narrativa. Ya no hay un principio, nudo y
desenlace. Hay varios principios, varios nudos y varios desenlaces,
cada uno a más destiempo. Sally Hawkings y Michael Shannon se llevan
la película por donde quieren, puenteando a la historia, al director
y a quien se ponga por delante.
Su contraposición funciona tan bien que, al margen del monstruo, la película no necesitaba nada más. No había necesidad de tanta subtrama, de tanto contexto inútil. No había ningún tipo de necesidad de retratar y dar tanta importancia a cada personaje con un mínimo de peso. Todo el arco del ilustrador —por poner un ejemplo sin spoilers— es absurdo, no aporta nada a nadie. Al principio expone a la muda, para que parezca ingenua pero firme en sus creencias. Pero más adelante, toda esa suerte de subtrama con su fracaso personal, profesional y sexual, no encaja y confunde al espectador.
Ni sabía por donde querían llevarme, ni qué me iban a contar. Porque, el problema de que los personajes tengan tanta construcción es que luego tienen que responder a un propósito, no pueden quedar meramente como decorativos. Deben desempeñar alguna función, no estar ahí únicamente para mirar cómo la historia se decide por un rumbo concreto a trompicones. Si eso ocurre, todo lo que has levantado y contado sobre esa gente, se pierde en el olvido.
Su contraposición funciona tan bien que, al margen del monstruo, la película no necesitaba nada más. No había necesidad de tanta subtrama, de tanto contexto inútil. No había ningún tipo de necesidad de retratar y dar tanta importancia a cada personaje con un mínimo de peso. Todo el arco del ilustrador —por poner un ejemplo sin spoilers— es absurdo, no aporta nada a nadie. Al principio expone a la muda, para que parezca ingenua pero firme en sus creencias. Pero más adelante, toda esa suerte de subtrama con su fracaso personal, profesional y sexual, no encaja y confunde al espectador.
Ni sabía por donde querían llevarme, ni qué me iban a contar. Porque, el problema de que los personajes tengan tanta construcción es que luego tienen que responder a un propósito, no pueden quedar meramente como decorativos. Deben desempeñar alguna función, no estar ahí únicamente para mirar cómo la historia se decide por un rumbo concreto a trompicones. Si eso ocurre, todo lo que has levantado y contado sobre esa gente, se pierde en el olvido.
Otro
aspecto de la trama que no he entendido del todo es esa necesidad
puntual de sacarle filo y criticar la época en la que se desarrolla
el filme. Con el vestuario y la ambientación, sin contar con todo el
subcontexto político, uno ya se hace a la idea del año en el qué
se desarrolla la la historia. Si le dedicamos atención a esos
detalles, que sea para algo, para presentar algo al espectador, no
únicamente porque es “a la moda” y queda bien en pantalla. Que
muy a la moda, pero luego la película tiene un tono tan masculino
que ver cómo se fuerza a centrarse en sus mujeres me ha parecido un
poco tramposo. O todo ese lío con cómo presentar y tratar la
sexualidad. Es como si estuviéramos escondiéndonos de algo mediante
la historia. Nada es claro y conciso, todo da la sensación de tener
dobles lecturas, a cada cual más turbia e innecesaria.
La
parte del relato que más me ha gustado, es el buen uso del tópico
de ¿quién es el monstruo realmente? Ahí es cuando la película
—tristemente— funciona mejor, porque Michael Shannon desbordando
como villano —cuando es un villano y no otro personaje de peso
más—, casi parece el verdadero protagonista de la historia. Se le
dedica tanta atención que roba la vara de mando y se alza
todopoderoso sobre todos los demás; hombre, mujer o criatura. Y esa
para mía ha sido la lectura con mayor fuerza de la película, porque
por mucho que trate de caricaturizar a los americanos y a los rusos
en su pulso frío, al final son los que cortan el pan en esta mesa.
¿El monstruo? La criatura tiene importancia las cuatro veces que el
guión necesita de él —y los que hayan visto Hellboy no sentirán
demasiada novedad—, es como un comodín para la historia. Así,
cuando no tiene uno ni idea de qué narices pasa, se
menciona al monstruo y ala, a correr, volvemos a tener
objetivo.
No
digo con todo esto que la historia sea mala, me quejo en particular
de la ejecución/presentación de la misma. Todo cuatdo ocurre
resulta turbio y crudo, pero era terriblemente innecesario ser tan
visceral. Ahí, del Toro ha roto la baraja. En todas esas escenas en
las que prima la sangre, la carne y los desgarramientos, ahí el
relato se pierde. Porque perder el tono rompe la empatía con la
historia, y para cuando nos vuelven a hablar de amor, y suena de
nuevo esa preciosa banda sonora, no funciona. Lo que sí que está
presente es esa sensación de desagrado y de constante fuera de
contexto que nadie necesitaba en la historia. Según empieza uno cree
que vamos a tener la versión renovada King Kong, pero tenemos una
mezcla de 'Big Fish',
con ese amargor y ensoñación y la crudeza de 'El
laberinto del Fauno', que
también se disfraza dentro de ese magnífico mundo de fantasía.
En
líneas generales podría bien ser una gran película. Del Toro sabe
muy bien lo que hace con la cámara. Hay ciertos momentos en los que
se sobrepone a la trama y te atrapa con su ritmo, pero la sensación
es efímera. De pronto su guión vuelve a apuntar en otra dirección
como si nada de lo acontecido un segundo antes importase, casi parece
otra película. A veces estamos viendo Frankenstein, otras un
thriller de espías en la guerra fría y otras estamos en algún
mundo perdido de la mano de Tim Burton.
Con
'La forma del agua' me
quedo con la sensación de no haber entendido bien del todo lo
planteado; todas esas interacciones constantes con el agua —o su
extraña relación con la sexualidad de sus personajes—, como si
fuera algún tipo de simbolismo, que el poema final fuese a
solucionar por arte de magia. Puede que simplemente sea tan obvio que
lo niego y le busco otra lectura para darle el sentido que yo pensé
que tendría. Lo que sí tengo claro, es el desagrado y molestia que
siento ahora después de verla. Me siento asqueado y, pese a que le
reconozco muchos de sus méritos cinematográficos no creo que quiera
volverla a ver nunca yo solo.
Nota: 6,8
Jorge Tomillo Soto-Jove
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