Samurai 8: La leyenda de Hachimaru (Vol 1) | POPCOKEN ENTINTADO


—¿Cual era la gran idea, Kishimoto?—

Hoy inauguro nueva sección en la página. Una a la que llevaba queriendo tiempo hincarle el diente. He tenido varias tentaciones para empezar, pero hasta ahora no me había quedado claro el punto concreto con las obras leídas. Hasta que llega a mis manos el primer tomo de Samurai 8. Como fan de Naruto, no podía no comprar este tomo, pero la verdad es que... Bueno, esta historia ya la hemos visto, casi paso por paso.



Naruto basaba su premisa en que un niño llevaba dentro un demonio que arrasó con la aldea en la que vive. Por eso, todos a su alrededor lo tratan de forma discriminatoria, porque no pueden evitar sentir rechazo por él. Así, para obtener el reconocimiento de todos, Naruto se propone como objetivo vital ser el Hokage, el líder de su pueblo. En el caso de Hachimaru, tenemos nuevamente a un underdog, un marginado. Un chico frágil, confinado a un complejo soporte vital que mantenga su pobre y débil cuerpo vivo, de modo que, para ganarse esa emancipación basada en respeto —al igual que Naruto—
tratará de convertirse en Samurai. Y lo consigue. Pero lo consigue en el prólogo.



 Osea, en el primer tomo ya es samurai y no ha pasado ni la mitad del mismo. Menos de noventa páginas. Pero para mi que Hachimaru no tenga objetivo ni perspectiva a futuro no es el problema de este manga. Su problema es que, además de ser Naruto, es su versión "remozada". Me imagino a Kishimoto tratando de volver a vender un concepto tradicional de Japón como algo "cool" y un poco geek, cuando todo esto en realidad es pura fachada.



Samurai 8 es un manga que huele a viejo. No sólo comunica mal su mensaje, pues a la hora de dejar hablar por sí mismos a sus personajes, acaba ofendiendo de una forma o de otra, a menos claro que te dejes llevar por la marea. Lo que hace mal de verdad es creer que su "versión" tech y friki de los samurais suma. Es decir, esta gente parece más un Power Ranger físicamente. Y todos esos juegos de energías y almas, no hacen más que estorbar a la verdadera naturaleza de su narración: perpetuar la tradición. Porque no está mal relanzar el mito del samurai de una forma más accesible para el público joven.



 Lo que se hace pesado es repetir los mismos arquetipos y estructuras sociales de principios de siglo, que ya huelen a apolillado y a rancio. De Naruto no pude defenderme. Ni de su hipocresía, ni de su horrible trato con todos sus personajes femeninos y varios de los masculinos. Pero de Hachimaru puedo defenderme con fuerza, porque no me cabe en la cabeza que intentes vender esta idea de tradición modernizada, diciendo cosas como que uno de los tres items básicos que necesita un samurai para existir es una princesa. Una princesa es un objeto en este universo "moderno".



 Idea que no sólo perpetúa un terrible tópico del género, si no que le añade leña al fuego. Puede que en adelante suavice "esto" pero en este primer tomo, leer que una princesa tiene que ceder un artefacto propio (único de las princesas) para establecerse con el samurai, con el que estaba predestinada, y sin el cual no podría existir —ni viceversa— son una serie de ideas tan rancias, que me dieron ganas de lanzar el tomo contra la pared. Si quitásemos artefacto por virtud no sonaría tan bien ¿no?



Toda esta idea de las mujeres abocadas y cedidas a la tradición me parece, como poco, desfasada, por uno usar palabras más duras. Sobretodo si me estás vendiendo esta suerte de mundo galáctico donde viven estos nuevos samurai Power Ranger de juguete, que se abren y se sacan una cabeza de dentro. Esta predestinación entre hombre y mujer y el nefasto acercamiento que hace a todo el tema trans, me dan un poquito de mal rollo. Porque es capaz de pasarse temas tan importantes por la piedra de la tradición, y reflotarlos digeridos en forma de las palabras "infantiles e ingenuas" del protagonista. Que acaban siendo una sobresimplificación del tratamiento de los mismos.



Al menos hay algo aquí que se siente fresco, aunque aún algo inexperto por deseo de abarcar demasiado. Akira Okubo, antiguo asistente de Kishimoto (a cargo de dibujo de vestuario y cabello en Naruto) es ahora el dibujante principal de la serie. Okubo maneja bastante bien el tratamiento de los espacios vacíos para generar profundidad y dinamismo extra. Pero se enfrasca demasiado en el diseño de muchas páginas, y su trazo no es tan claro como para detallar tantas cosas sin un uso más claro de tramas o tinta.



 Así sus personajes y los escenarios se pegan muchas veces y no se termina de entender bien del todo. Por lo demás cumple muy bien el ser el heredero del estilo de Kishimoto, mejorándolo en muchas partes, pero respetando demasiado las bases. Al menos de momento, Okubo es alguien a quien tener en cuenta dentro de esta historia, por no decir al único. Ya que este manga recuerda a Blue Dragon Ral Grad, sólo que de una forma mucho menos desagradable. 



Es como si usase la misma filosofía de narrativa unidireccional hacia delante, sin capas ni trasfondo ni contexto ¿qué quiero decir con esto? pues que en Samurai 8 las cosas... ocurren, espontáneamente y sin dar sensación alguna de poso o de propuesta a futuro. Donde Naruto vivía intrínsecamente relacionado con su pasado, presente y futuro (tres capas, más conflictos y contexto. Varias capas más) Hachimaru tira palante y alegría a todos que he pasado de ser un mierdecilla, a un mierdecilla que sonríe y se comporta como Naruto.



De verdad que quería ver el nuevo trabajo de Kishimoto con algún tipo de evolución y aprendizaje tras quince años serializando Naruto, pero no. Es un retorno con toda la pinta de ser en falso. Aunque tampoco puedo negar que vaya a estar pendiente de la serie, sobretodo por saber que sale al mismo tiempo en España que en Japón (en tomos). Pero si coincidiese con la salida de otros tomos que sigo, como Berserk o Bleach (por citar los dos extremos de la escala de calidad) no dudaría en dejar de lado Samurai 8, aún costando la mitad. Es una lástima, porque quería muy fuerte que me gustase. Pero no. Aunque seguiré escuchando lo que tenga que decir un tiempo más. 

Nota: 4,5

Jorge Tomillo Soto-Jove

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