—Otro día más en la cocina del infierno—
Hace
ya unas semanas que Netflix apostase de nuevo por su exitosa distribución, con
la que puede que sea su mayor éxito, —o a la par con ‘House of cards’— ‘Daredevil’.
El personaje que sentenciara el futuro de Ben Affleck dentro del mundo de los
superhéroes y que Charlie Cox –junto con un increíble equipo, que se tomó la
molestia de tratar seriamente al personaje— tuvo la oportunidad de resucitar,
vuelve otra temporada más para ver como otro recoge el testigo.
‘Daredevil’ retoma, como serie, la
voluntad de adaptar una historia en un tono acorde a los personajes del cómic.
Cargar con esa expectativa no es algo que cualquiera pueda cumplir, si no que
se lo pregunten a Zack Snyder. Pero lo que sí se puede hacer, es considerar al
personaje que presentas como válido.
A partir de ahí, servirse de la televisión
como medio es la opción más inteligente, para un tipo de historia sumida en la
naturaleza episódica de su narración. Al llegar esta segunda temporada, —que se
toma su tiempo para arrancar con todo lo que tiene— vemos que el planteamiento
original, se ha diluido de una forma consciente y deliberada. La primera
temporada de la serie de Netflix y Marvel, tenía grandes detalles de lujo que
harían palidecer a muchas grandes producciones Hollywoodienses.
Cuando flojeaba
en su intensidad escalada, lo compensaba con un gran apartado técnico y una línea
argumental divorciada de la estructura autoconclusiva, tan dañina con la
calidad del medio televisivo. Netflix demostraba con esto que era consciente de
su producto, y le sacaba partido.
Si distribuyes todos los episodios de tu
serie de golpe porque tu público suele verse las temporadas del tirón, plantear
el argumento como una gran línea narrativa que se ha divido en fragmentos de
una duración concreta, es una idea inteligente. Al menos hasta algo más de la
mitad de la temporada.
Al
arrancar la segunda entrega, nos encontramos con que ‘Daredevil’ se ha acomodado a ser un producto televisivo y deja
atrás la idea de ser algo más, adoptando el cliffhanger como ley y los finales
abiertos como principal e innecesaria propuesta de un producto de consumo casi
automático.
Las guerras de bandas y una nueva oleada de violencia marcarán el
camino a todas luces hacia Frank Castle,
a quién conocemos mejor como El Castigador. Jon Bernthal es la elección
perfecta de casting para interpretar a Castle; sí le hemos visto en papeles
anteriores, como puede ser ‘The Walking
Dead’, veremos que es un actor que siempre deriva en actitudes y
gesticulaciones desproporcionadamente violentas.
Su interpretación consiste en
insertar matices dentro de un salvajismo desproporcionado, y eso es justamente
lo que hace de él un perfecto Castigador. Después de eso, un tratamiento más
que correcto de su historia de origen, hacen que la primera mitad de la segunda
temporada sea para enmarcar, hasta que nos topamos con Elektra, ese fuerte
punto de inflexión.
Aquí la actriz no falla: su actuación, aunque algunas veces
algo histriónica, hacen de Elektra un personaje memorable, pero mal utilizado.
La serie falla; al poco de la llegada de la legendaria asesina, empieza a dar
tumbos y a meter con calzador en todas las situaciones posibles a Deborah Ann
Woll; porque, como salta a la vista, queda muy bien en pantalla.
Karen Page
sacará del papel protagónico al Castigador, que ya sacó nada más llegar al
propio Daredevil, y cumple así con la expectativa de ver a una mujer en
pantalla en un papel de poder, por el hecho de satisfacer un porcentaje.
Con un
hueco por tomar en el universo de Daredevil ¿qué mejor que satisfacer a un público pujante
—en apariencia— por el feminismo, pero sin mojarse para nada las manos? Todas y
cada una de las tramas, incluso en las que Foggy iba ganando presencia por
méritos propios, se verán gradualmente contaminadas por la omnipresente Karen
Page.
Incluso El Castigador y los oscuros caminos de La Mano, girarán en torno
al injustificable ansia de verdad de Karen Page. Que realmente sólo quiere que
su novio sea sincero con ella. Proyecta así, toda esa confusión en todas las
tramas, que, por alguna razón, giran en torno a ella y no al superhéroe que da
nombre a la serie.
Tras
un guión hábil y unas magníficas coreografías de escenas de acción (cabe destacar
el falso plano secuencia del episodio 2x03, donde inicia una batalla en una
escalera, a varios pisos de altura y termina en el bajo.
Brillante
planteamiento y mejor ejecución) uno se siente casi traicionado cuando a falta
de un par de episodios para el episodio final —y también dentro de este— la
serie comienza a dar tumbos y a lanzar sub tramas dentro de subtramas para así
tratar de justificar las historias de todos los personajes como una sola —cosa
que resulta totalmente innecesaria— y dejar en el centro de todo, como una
especie de víctima valiente a la señorita Page, que está muy lejos de ser un
estandarte feminista y muy cerca de ser un personaje que cumple con un —triste—
porcentaje de igualdad.
‘Daredevil’ nos muestra en esta temporada
su mejor cara, manchada por los vicios que arrastra desde la primera entrega y
que acumula ahora, adoleciendo hacia la recta final con varias horas de metraje
prescindibles. Apunta con su mira hacia un interesante futuro que sigue
navegando con dignidad y corrección por las aguas de fidelidad al concepto que
el cómic hizo de Daredevil.
Pero su popularidad ha cambiado su rumbo hacia una
oda total al género de acción, donde casi parece que estuviéramos viendo una
serie de artes marciales con alguna que otra pelea totalmente injustificada y
algunas resoluciones de guión difíciles de justificar y más aún de resultar
coherentes.
En
resumidas cuentas, esta sigue siendo una más que satisfactoria resurrección, el
problema puede llegar cuando esa sensación no sea suficiente para satisfacer a
todos los espectadores.
NOTA: 7,1
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